EL BUEN VIVIR
Todos y todas queremos vivir mejor.
Allí se agotan nuestras coincidencias.
¿Acaso hay acuerdo en que solo serán válidas las salidas colectivas, para conseguir que una eventual bonanza nos alcance a todos y cada uno?
¿No es dominante, en cambio, la convicción de que no alcanza para todos y en consecuencia cada uno debe luchar por lo propio y hasta es moralmente legítimo dejar a otros afuera?
¿De dónde salió esta última idea? ¿Tuvimos alguna vez esperanza colectiva? ¿Cuándo la reemplazamos por el miedo al futuro?
Responder estas preguntas es clave para encontrar el camino correcto.
Resumen : ¿Cuándo la noción de escasez ocupó el centro de la mesa y por qué?
Se conozca mucho, poco o nada de la historia argentina, no hay que retroceder demasiadas décadas para encontrar ese momento.
Desde el siglo 19 el país fue tierra de oportunidades. Llegó a atraer millones de inmigrantes europeos que huían de la falta de recursos. Había tensiones distributivas fuertes, sobre todo en la pampa húmeda, pero los perdedores sabían que había nuevas chances, con migraciones internas, con capacitaciones de variada complejidad. El imaginario individual valoraba y creía en el progreso.
Esa subjetividad era posible a pesar de la condición neocolonial del país, que formaba parte de un sistema mundial de abastecimiento de materias primas y alimentos a Inglaterra.
El peronismo de posguerra mejoró la fuerza de los trabajadores en la puja distributiva y al colocar al Estado como protagonista central en los programas de desarrollo, reforzó enormemente la movilidad ascendente, o sea: la posibilidad de disponer de mayor patrimonio y mayores ingresos integrándose a la estructura productiva.
La independencia económica, la soberanía política y la justicia social eran consignas con contenido claro para toda la ciudadanía, que planteaban un quiebre con el pasado, pero con simultánea capacidad de dar continuidad a la posibilidad del progreso de todos, de manera más sólida que en la preguerra.
Hasta aquí la escasez era solo visible como fenómeno transitorio y parcial, como cuando la sequía de 1952 nos llevó a comer pan de centeno.
Todo cambió cuando empezó la integración plena de Argentina al mundo, con ingresos muy importantes de capitales extranjeros para administrar el comercio internacional pero además para hacerse cargo de unidades productivas que abastecían el mercado interno.
En 1955 nuestro país era el segundo país más cerrado del mundo, luego de Estados Unidos. La suma de importaciones y exportaciones dividida por el producto bruto interno apenas superaba el 22%, a consecuencia que se producía aquí buena parte de lo que se consumía y que nuestra capacidad exportadora se limitaba a los bienes primarios agropecuarios.
Esa condición era a la vez una fortaleza – por nuestra densidad industrial relativa – y una debilidad, porque la falta de generación de divisas limitaba nuestro crecimiento y mostraba nuestra baja productividad media.
Nuestra independencia económica debía agregar elementos de competitividad internacional. Faltaba tecnología.
En su acceso a la conducción del Estado, sectores conservadores proclives a alinearse con Estados Unidos, creyeron resolver el problema eliminando la intervención del Estado en el comercio exterior, en la administración de divisas, en la administración de los depósitos bancarios. Fue el momento en que se adhirió al FMI y se liberó el mercado cambiario. Fue el momento del primer plan de estabilización y desarrollo acordado con ese organismo por Arturo Frondizi a fines de 1958.
En definitiva, fue el momento en que se incorporó las finanzas internacionales y nacionales como factor independiente, que condicionaron las políticas públicas de la Nación.
El resultado más relevante de esa importante transformación fue poner en evidencia y ampliar enormemente la falta de divisas que estaba frenando al gobierno justicialista, que buscó resolverse tomando deuda externa pública ( en 1955 la deuda no existía) o atrayendo capitales extranjeros, ambas decisiones que resolvían las urgencias del presente, pero ampliaban el faltante a futuro, por el pago de intereses, utilidades, regalías, importación de insumos que dejaban de producirse en el país.
Quedó en evidencia hasta para el último de los argentinos una escasez crucial; la de divisas; que se transmitiría a todo ámbito productivo y social, instalando hasta hoy la convicción que la bonanza no puede ser para todos; que no alcanza.
Juan Perón, a cargo de la botonera que administraba las divisas del país, le decía a su gente: “¿quién de ustedes ha visto un dólar?”, para mostrar que se podía transitar por la vida cotidiana sin preocuparse por eso.
Desde 1958 y por los siguientes 66 años, hasta hoy, la escasez real de divisas sumada a la inducida, llevó progresivamente a buscar el dólar como refugio de valor ante un futuro con tempestades y derivó en un harakiri colectivo de la comunidad, usando un instrumento que se ha mostrado certero e inoxidable: el miedo.
El miedo ha servido para inclinar nuestros bolsillos hacia las arcas del sistema financiero y de otros actores nacionales e internacionales, que han sabido tomar provecho de este escenario perpetuado. Estamos en esa situación límite intolerable en que el miedo se transforma en resignación.
¿CÓMO VOLVER A CREER EN EL BUEN VIVIR?
Es imperativo corregir esa deficiencia crítica – la falta de divisas -, que nos alejó del mundo hace 7 décadas y que en lugar de resolverse sirvió para retroceder hacia la dependencia primero y para caer en una típica estructura neocolonial después. En una neocolonia las decisiones que condicionan con fuerza nuestra vida se toman fuera del país y se transmiten aquí a través de meros amanuenses, a los que finalmente hemos llegado a elegir democráticamente por el voto de una mayoría.
Tantos años de caminar en dirección equivocada, o en el mejor de los casos de omitir el problema de las divisas como causa central de nuestra inestabilidad, han naturalizado esta manera de lastimarnos. Son millones los que en este momento hablan despectivamente de “el cepo cambiario” y depositan en la eliminación de las regulaciones la esperanza de una economía mejor.
Sin embargo, todo indica que el resultado de esa eliminación sería el opuesto, con más pobreza, más desocupación, más violencia social, más desesperanza.
Desde un punto de partida tan pobre, el camino a recorrer no solo es denso, sino que tiene muchos matices, con combinación de escenarios concretos, con imprescindible participación popular que permita cuestionar a fondo las propuestas y los acuerdos imaginados.
Primer concepto central: Se debe colocar en el centro de la discusión política, la vocación de recuperar la soberanía monetaria,sin que en el camino haya apropiación pública de ningún patrimonio privado, sino el establecimiento de normas precisas para el flujo futuro de divisas y la caracterización de los escenarios posibles para que el stock actual de divisas en manos de particulares o empresas nacionales se reabsorba en la economía nacional o como alternativa, no pueda ejercer ningún efecto negativo a futuro.
Todos los compatriotas debieran entender por qué esto no puede quedar librado al manejo del sistema financiero y por qué se necesitan acuerdos transparentes y obligatorios para pasar a una etapa diferente a la de estas décadas pasadas.
Para lograr el objetivo expuesto, se necesita encarar en paralelo todo un conjunto de frentes, que pueden ser pautados, en un listado no excluyente:
. La revisión completa de la estructura impositiva y su consiguiente estructura de egresos públicos.
. Una política de integración productiva plena para toda la población económicamente activa, acompañada de una forma estable y equitativa de determinación de precios y salarios.
. Una garantía institucional del derecho a atender las necesidades básicas y a un salario digno. Todos los argentinos con comida, vestimenta y la perspectiva concreta de una vivienda digna.
. Las condiciones de compatibilidad de las inversiones extranjeras con nuestro desarrollo nacional.
. La reformulación de nuestro comercio exterior para asegurar eficiencia máxima en el ingreso y en el uso de las divisas.
. Una política de infraestructura y de servicios públicos que no distorsione la equidad del sistema productivo y que impida la hegemonía de intereses individuales en sectores de monopolio natural.
. El frente de la producción social, en que se mide el éxito por la atención de necesidades básicas que el mercado ni percibe, antes que por la generación de lucro.
La cuestión base, tanto como cada uno de los aspectos detallados luego, necesitan mucho cerebro fresco e imaginativo. Irán apareciendo las ideas, fruto de una convocatoria que esperamos eluda los narcisismos, afirme los conceptos al alcance de cada ciudadano/a y aleje el miedo hasta que sea una mínima nube lejana.
Enrique M. Martínez
Coordinador del IPS
Miembro del colectivo Las 3 Consignas ( en formación)
5.7.24