LOS CIMIENTOS

LOS CIMIENTOS

 

Siempre la simulación o el uso de temas laterales han sido parte de la acción política, como modo de conseguir mejor dominio de la escena de poder.

Sin embargo, durante muchos siglos, la contradicción principal al interior del tejido social fue suficientemente clara como para que nadie se confundiera demasiado.

El siervo o el vasallo sabían que el señor feudal era quien decidía su destino y con él debían confrontar.

En el siglo 19 y parte del siguiente, los capitalistas con capacidad de innovación tecnológica aumentaron su patrimonio cabalgando en su fortaleza, pero tanto ellos como sus imitadores, se afianzaron al extraer valor del trabajo de sus miles de dependientes. Estos, en consecuencia, supieron cual era la causa primera de su baja calidad de vida. 

 

Cuando el sistema capitalista asumió que los excedentes financieros existirían siempre, en volúmenes crecientes respecto del capital aplicado a la producción y distribución de bienes, y pasó a convertir esas enormes masas de dinero en fuente de acumulación de más dinero, todo cambió.

Hasta mediados del siglo pasado, con los excedentes sólo se especulaba, sea en las bolsas de valores, respecto del precio de materias primas agropecuarias o energéticas, en bonos públicos. Pero los actores que decidían la suerte de esas apuestas estaban por fuera o por encima de los apostadores. Eran el clima; las industrias y su aceptación en el mercado; las políticas públicas.    

A medida que el poder financiero fue creciendo, su capacidad de intervenir en otros ámbitos con posibilidad de decidir, fue aumentando. 

Siempre con un lema central: hacer dinero con la fuerza del dinero, no produciendo.

Se generalizó la compra de paquetes mayoritarios de corporaciones del mundo central que tuvieran problemas, con la meta de liquidar activos, cerrar unidades, despedir personal, lo que fuera necesario para la toma de ganancias.

Se pasó a especular fuerte con deuda soberana de países con problemas serios, con sistemáticas hiper ganancias posteriores fruto del chantaje y la total falta de escrúpulos.

Se peleó y se consiguió que los bancos que reciben depósitos se puedan dedicar también a la timba financiera, sumando así recursos de ahorristas comunes y fondos de pensión de gremios.

Las grandes corporaciones productivas en su casi totalidad advirtieron también la veta de ganar dinero sin producir y se “financiarizaron” obteniendo así en muchos casos mayores beneficios por estas actividades de suma cero que por la producción.

Son innumerables los caminos que se diseñaron en este escenario, con un denominador común: No se agrega valor a una materia prima o a un servicio; no se atiende ninguna necesidad o demanda de la comunidad;  la meta es claramente sacar dinero a otras personas o a países enteros, para provecho personal. 

Este propósito no puede ser enarbolado como una consigna ni política, ni social, ni mucho menos ética. 

 

Es necesario entonces disfrazar el objetivo para no confrontar de lleno y en forma inmediata, como sucedería en un intento de asalto a mano armada.

Para asegurar el terreno, es conveniente manipular a sociedades enteras, para que se alcance la situación paradojal que adhieran a caminos que perjudican sus propios intereses.

Por esto es que ciertos medios de comunicación son un brazo del poder económico financiero. Para explicarnos que estamos mal cuando estamos regular o aún bien, y llevarnos a continuación a situaciones que nos vacíen los bolsillos y también las ilusiones.

 

Henry Ford, hace un siglo, quería desplazar a todos sus competidores y ganar cada vez más dinero. Pero los instrumentos que creía que debía usar eran fabricar el mejor auto y venderlo a un precio que sus trabajadores lo pudieran comprar con su salario.

Black Rock, en la actualidad, administra cuantiosos fondos que incluyen los recursos jubilatorios de los docentes norteamericanos y similares, los utiliza para litigar contra países débiles, comprar territorios enteros, como ha hecho en Ucrania, o seducir gobernantes para acceder a empresas sobre todo de extracción de minerales o insumos energéticos, que puedan atender ofertas escasas. Por supuesto, estos grupos no conocen la cara ni de una muy mínima proporción de las personas cuya vida condicionan.

 

La diferencia de contexto que se genera para la vida ciudadana con una u otra hegemonía es abismal.  

En la Argentina estamos afectados hace más de medio siglo por el intento de someternos pasivamente a la hegemonía financiera. 

 

Es imposible que eso genere una situación estable. No solo por razones políticas, sino porque no se puede concebir que se vacíe los bolsillos populares sin límite.

 

Para facilitar el acceso y cierta permanencia de las operaciones de rapiña, se apela al relato.

Esto es: Se construyen escenarios falsos que explican nuestros problemas, combinando supuestas malas conductas de quienes han gobernado en favor del pueblo y causas económicas fundadas por teorías erróneas o deliberadamente mal orientadas.

A eso se agregan salidas que intentan acercarse al sentido común cotidiano de los ciudadanos, pero que en realidad facilitan el accionar claramente delictivo, en términos sociales.

Para todo ese tránsito se necesitan usinas de inteligencia cuya actividad no se limita a una sola Nación y por eso no es de extrañar la similitud notable de los relatos país a país.

Debajo de esos relatos, están las causas reales.

Junto con conocer las causas reales se pueden pensar e implementar  soluciones reales.

 

En eso estamos: buscando los cimientos, para repararlos y reconstruir el edificio que necesitamos y nos merecemos.

 

LA CAUSA PRIMERA

 

El capitalismo tiene claro dónde deposita su expectativa de crecimiento: en la iniciativa del dueño del capital. 

Si se espera que además de crecer la producción de bienes o servicios mejore la calidad de vida de toda la comunidad, inmediatamente aparece la discusión sobre cómo se distribuyen los frutos de ese crecimiento.

La organización del mundo dividido en naciones independientes hace que el análisis no se agote en lo anterior.

Si el capitalista reside en un país diferente de aquel donde se producen y venden las mercaderías, por lógica elemental querrá repatriar los beneficios generados. El efecto sobre los escenarios futuros es casi obvio: 

1.Se disminuirá la posibilidad de seguir invirtiendo en el país, comparando con el supuesto que el capitalista sea nacional.

  1. Se requerirá un uso de monedas del otro país para hacer la transferencia, lo cual requerirá a tal fin derivar fondos conseguidos por exportaciones.

 

Si en el conjunto de la economía, sumando todos los emprendimientos en actividad, resulta que faltan divisas para atender las importaciones para consumo y producción, más las transferencias mencionadas, porque el nivel de exportaciones no es suficiente, estamos en un problema.

Un problema bien serio, que va más allá de la distribución de ingresos entre sectores sociales. Lo llamamos dependencia, porque conseguir un horizonte positivo necesitamos dos cosas alternativas o acumulativas:

  1. Tomar deuda externa para cubrir los faltantes de divisas.
  2. Incentivar más inversiones externas, para que su flujo presente cubra los baches.

Cualquiera de los dos caminos es evidente que aliviará el presente y oscurecerá el futuro, porque las obligaciones de mañana crecerán.

 

Agreguemos una faceta más. Si quienes toman las decisiones de tomar deuda o de promover inversiones externas por encima de las nacionales representan los intereses de los inversores externos, sean productivos o financieros, ya no deberíamos hablar de dependencia, sino de colonia. En todo caso, si las instituciones mantuvieran la apariencia de independencia, deberíamos hablar de neocolonia. 

Al llegar a esta condición, estaríamos bien complicados.

 

Y llegamos.   

 

El tiempo histórico nos demanda entonces discutir la distribución del ingreso, tema base y permanente de una sociedad capitalista, al interior de una neocolonia, buscando a la vez:

Primero, eliminar la condición neocolonial – o sea el gobierno al servicio de los intereses extranjeros – asumiendo nuestra condición de país dependiente.

Segundo, encarar la transformación en país soberano, donde se busca la mejora general de la calidad de vida, sin subordinamientos al capital externo.

 

¿POR QUÉ NO ESTAMOS DISCUTIENDO LO ANTERIOR?

 

En una colonia – o gobernada como tal – nunca se discute oficialmente el problema de ser colonia. 

A quienes se benefician con esa condición les importa construir marcos de confrontación coyunturales, no estructurales. Vale decir: comentamos hasta los detalles nimios como se gestiona el Estado, como si el problema fuera solo contar con la capacidad técnica de apretar los botones adecuados, ya que la botonera estaría definida.

 

Como esto conduce a la exclusión y la pérdida de esperanza, es inexorablemente precario el intento de ocultarlo. 

Solo se dilata la evidencia del fracaso acumulando temores sociales – que se realimentan con la inequidad – y promoviendo soluciones falsas, con sus liderazgos falsos.

Habitualmente, quienes aspiran a un país mejor, caen en la trampa. Discuten los escenarios que ocultan los problemas estructurales y hasta intentan resolver los problemas de distribución del ingreso en esos contextos, con los previsibles resultados insatisfactorios.

 

Hay dos misiones centrales y paralelas para el llamado campo popular:

 

  1. Transparentar la condición neocolonial Argentina hasta sus últimos detalles, para unificar la conciencia de quienes quieran confrontar con eso.
  2. Construir en cada rincón del país escenarios productivos que atiendan necesidades comunitarias en ausencia del Estado. La fortaleza que genera el éxito de estos intentos crea conciencia más que mil discursos.

 

Enrique M. Martínez 

IPS –  14.3.24


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