EL SEÑOR DE LA OTRA ORILLA

EL SEÑOR DE LA OTRA ORILLA

 

Son numerosos en la historia los casos de comunidades separadas apenas por un río, que han tenido desarrollos desparejos.

Por la razón que fuera, una persona o grupo de personas de una orilla, tomó la iniciativa de producir algo de utilidad para la comunidad y con eso consiguió que lo compraran consumidores de ambas márgenes y tal vez que trabajadores del otro lado cruzaran para trabajar en su empresa.

En algún momento, la empresa advirtió que la manera de consolidar su negocio, evitando sobresaltos, era poner una sucursal en la otra orilla, ampliando así su radio de acción y a la vez bloqueando la posibilidad de aparición de molestos competidores. 

 

Todo de sentido común. Sin embargo, quien fuera estudioso de la evolución de ingresos y calidad de vida de las comunidades en las dos márgenes, apreciaría que el lugar donde está la casa matriz es más próspero que aquel donde está la sucursal.

¿Por qué?

Por una razón muy elemental y directa. Porque el empresario se llevará toda o buena parte de la utilidad generada por la sucursal a la otra orilla del río, donde está el centro de su vida. Eso implica, inexorablemente, diferente capacidad de inversión de la casa matriz y de la sucursal y por ende diferente desarrollo relativo.

 

Agreguemos otro problema: De un lado y otro del río, hay dos países, con monedas diferentes. Si en la casa matriz se usan patacones y en la sucursal cardenales, ¿cómo manda patacones la sucursal a su casa matriz?  Posiblemente, con un préstamo de patacones que la casa matriz le da a la sucursal, lo cual agrava sus costos y reduce su ganancia, aunque solo para la sucursal, ya que el prestamista gana por el préstamo.

 

Multipliquemos el ejemplo hasta abarcar toda la economía de dos países, donde el primero es dueño de los bancos, de las exportadoras e importadoras, de la mayoría de las empresas que atienden el mercado interno del otro. Habremos descrito la dependencia.

 

¿Cómo imaginar la posibilidad de un crecimiento autónomo y equitativo del país que se desarrolló dependiendo de otro ( u otros) sino reduciendo esa dependencia hasta eliminarla?

 

Hay quienes creen que se puede conseguir el crecimiento, resignando la autonomía y la equidad, por una de dos vías alternativas o complementarias:

  1. Reducir el costo del trabajo hasta hacer seductor en términos relativos que haya un flujo permanente de inversiones extranjeras aplicados a los importantes recursos naturales del país, garantizando así que se puede seguir atendiendo los giros de utilidades de las empresas ya instaladas. Una suerte de efecto Ponzi donde se agranda el problema a futuro, pero se achica al presente.
  2.  Elegir con prioridad fuertes proyectos exportadores que traigan ese maná de divisas que tape los agujeros presentes y futuros por el mayor tiempo posible.

 

El problema, menudo problema, es que resignar autonomía implica abrir las puertas a los especuladores y fulleros, que carroñean los países débiles, antes que a los inversores.

Resignar equidad, por su parte, no solo es traicionar a la propia comunidad sino que agrega una inestabilidad social profunda, que hace inviable planificar producciones que no tengan un componente de rapiña y fugacidad importantes. 

 

Ambos caminos esbozados son fugas hacia adelante, pero de la dimensión del vuelo de perdiz.

No es posible seguir ignorando la dependencia como piedra basal de nuestra crisis ya bicentenaria, que se atenuó solo cuando se buscó salir de aquella, para alcanzar la autonomía y la equidad, con los errores que se puedan achacar, pero con resultados positivos que la historia no puede ni podrá ocultar. 

Patria sí, colonia no, no es una consigna fundamentalista. Por el contrario, es condición necesaria para  salir del infierno. 

 

16.4.24

 


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