Los invitamos a leer y analizar la interesante columna que el director de la Maestría en Economía Social de la Universidad Nacional de General Sarmiento, José Luis Coraggio, publicó en el diario Página/12 , el domingo 20.
El 4 de noviembre se realizaron las Jornadas de “Economía y Hegemonía: el proceso argentino 2000-2015” como parte del proyecto de investigación del mismo nombre que se lleva a cabo en la Universidad Nacional de General Sarmiento. Del debate participaron una pluralidad de estudiosos del proceso económico de ese período: Ricardo Aronskind, Alberto Bonnet, Alejandro Gaggero, Jorge Gaggero, Pablo Míguez, Adrián Piva, Fernando Porta, Alfredo Pucciarelli, Eduardo Rinesi y Martín Schoor, entre otros.
Hubo importantes contribuciones explícitas a la comprensión de las características de los gobiernos kirchneristas, de sus aportes a transformaciones significativas de la sociedad argentina así como de las limitaciones de un proyecto económico que no estuvo claramente definido y que, en todo caso, podría intentarse reconstruir a partir de acciones no siempre coherentes ni sistemáticas a lo largo del período.
Por mi parte extraigo otras dos conclusiones relevantes: la primera es que el proyecto neoconservador a escala global, orientado por la ideología económica neoliberal, tiene por delante una larga vida y viene siendo y es no sólo dominante sino hegemónico. Es decir que sus concepciones de la realidad y sus valores morales se han introyectado en el sentido común, atravesando un amplio segmento del conjunto de clases sociales. En la misma línea, que los procesos gobernados por fuerzas con proyectos nacional–populares o de las nuevas izquierdas, como se los quiera llamar, en el arco Venezuela, Ecuador, Bolivia, Argentina, Uruguay y Brasil, optimistamente autodenominados posneoliberales, pugnaron o continúan pugnando por constituir un orden hegemónico a nivel nacional, pero en realidad son luchas de resistencia contra la hegemonía global y que buena parte de los pretendidamente hegemonizados eran o son representantes vicarios del sujeto neoconservador, como se viene haciendo evidente en Brasil y Argentina. Esto da elementos para una explicación de la virulencia y el desparpajo con que transparentan abiertamente sus verdaderas intenciones a través no solo de sus acciones sino de su discurso, a pesar de que hayan ganado las elecciones por un mínimo margen. Y es que efectivamente tienen amplia legitimidad ante aquel poder global y los poderes nacionales convencidos de esa concepción restauradora del orden.
Un segunda conclusión que puede extraerse de esos debates es que todo proceso de transformación económica significativo se realiza desde la política, que es mucho más que una política “económica”, pues requiere la conformación de una voluntad política encarnada en un sujeto colectivo, en un pueblo organizado, en una sociedad civil que participe activamente de un proyecto no solo “económico” sino jugado a la defensa de derechos, la lucha contra el colonialismo cultural y el patriarcado, el reconocimiento de la diversidad cultural y el respeto a la naturaleza, porque lo que se enfrenta no es una mera ronda de sobre explotación del trabajo sino un proyecto civilizatorio mercantilizador de la vida. Porque si tal condición no se cumple, lo alcanzado desde una perspectiva de vanguardia estatalista ha sido, es o será, fácilmente reversible, como se viene verificando en nuestro país. En este momento no existe un proyecto integral alternativo para retomar la lucha contra-hegemónica, con lo que las reacciones de la sociedad son fragmentarias y particularistas, sin estrategia de poder.
Una estrategia puede construirse organizando sectores de la sociedad con una perspectiva que trascienda las reivindicaciones que atienden a lo imprescindible, lo inmediato, como son las consecuencias del ataque a los derechos y avances en el campo de los ingresos mínimos, los derechos laborales y al trabajo mismo. Trascender esas reivindicaciones requiere asumir ese escenario de largo plazo con dominio del proyecto político neoconservador, aún si se logran reversiones parciales como las de los gobiernos kirchneristas.
Eso implica que, aun si se reinstalara un proyecto neodesarrollista, de viabilidad dudosa, no podría esperarse una plena reinserción de los trabajadores mediante el empleo o la producción autónoma en el mercado local o nacional, que ahora es, más que nunca, una parte débilmente segmentada del mercado global. Esa inviabilidad ya fue probada con los gobiernos anteriores. Aún si hubiera inserciones individuales, no cambiarían el fenómeno de la exclusión general de condiciones de vida dignas.
Esto hace pensar que, para los trabajadores, la economía debe pensarse como una economía de guerra. Como la producción de bases materiales para una confrontación prolongada, cavando trincheras y asegurando un grado de desconexión programado respecto a esas fuerzas destructoras, a través de la construcción de bases autárquicas de producción, de intercambio y consumo responsables, coordinadas socialmente por los mismos productores. Dos condiciones deben agregarse: la importancia de generar territorios propios, articulando internamente recursos, capacidades y necesidades, y el desarrollo en calidad de los productos y servicios, sumando conocimientos tecnológicos a los saberes prácticos. Esto requiere integrar a los profesionales de las escuelas técnicas, las universidades y los institutos tecnológicos al proyecto de conformación y desarrollo de un amplio y complejo sector de economía popular solidaria. Requiere también articular la reivindicación de bienes públicos provistos por el Estado, adecuados en cantidad y calidad, subsidios (que tienen como antecedente los enormes subsidios al sector empresarial), tierra, suelo urbano y otros medios de producción. La visión modernizante y neodesarrollista de los gobiernos anteriores impidió pensar esta vía de acción.
Diseñar tal estrategia e implementarla al mismo tiempo que se conforma un sujeto colectivo de la economía popular es sin duda una tarea política y forma parte de una lucha contrahegemónica que requiere, entre otras, alianzas con el sindicalismo de base y el cooperativismo, también golpeados por el huracán neoliberal.