500 aspirantes a ingresar como investigadores a la carrera del CONICET acaban de conseguir un triunfo gremial luego de mucha pelea contra una necia actitud burocrática de un gobierno, que pretende acostumbrarnos a que se haga lo contrario de lo que se dice en los anuncios oficiales.
La victoria es precaria, porque traslada el problema de su continuidad a fin de 2017, pero en todo caso muestra la potencia del reclamo colectivo frente a una administración sin otra convicción que la de priorizar las áreas donde propios y amigos pueden hacer negocios futuros o consolidar negocios previos.
Ante un contrincante miope y peleas mediante, el conjunto de los miembros del CONICET podrá seguir con su carrera.
¿De qué se trata?
De un sistema pensado en Argentina hace 60 años, en que se prioriza la formación individual, con un crecimiento a través de las jerarquías del sistema que se vincula esencialmente con los vínculos que se puedan establecer con los centros mundiales de difusión del conocimiento científico. Demostrados éstos mediante estudios casi permanentes de post grado, que han llegado ya a los doctorados, post doctorados y especializaciones de todo tipo, el investigador que transita ese camino puede ir construyendo equipos piramidales, sumando estudiantes y profesionales que se encuentren peldaños más abajo en esa escalera sin fin.
Es la carrera del conocimiento. Así se la llama desde siempre y por lo tanto es una confrontación con vencedores.
¿Quién gana esa carrera? Quien sabe más sobre un tema, así de simple. Por eso hay publicaciones científicas, con jurados que admiten los trabajos si se demuestra que no solo repiten conocimientos ya difundidos, sino que aportan algún hecho nuevo a partir de ellos. El exitoso debe demostrar que conoce todo lo hecho por sus competidores o antecesores y colocarse un pasito más allá.
Hace ya varias generaciones que en el mundo el estímulo a la investigación científica se ha convertido en política pública, porque se ha instalado en la conciencia colectiva que acumular saber es necesario para la solución de infinidad de problemas que afectan a toda sociedad.
Sobre esa base de sentido común, sin embargo, los gobiernos más lúcidos han comprendido que debían operar sobre una contradicción: la competencia- aunque sea intelectual – aísla y para el desarrollo comunitario se necesita que el conocimiento se disemine, trasladándose a más y más gente para que mejore su capacidad de asir la realidad y transformarla en beneficio general. En algún momento, entonces, la cooperación, tanto al interior del mundo de los científicos, como en la vinculación de éstos con el resto de la sociedad, debe pasar a ser un valor respetado y superior.
Ese conflicto se ha intentado resolver de muchas maneras.
En Noruega, por ejemplo, un país de poca población, se ha vinculado íntimamente la docencia universitaria con pocos institutos centrales de investigación, en que los docentes trabajan sobre temas en parte autogenerados y en parte acordados con las distintas áreas de gobierno. Mirado en su conjunto, aparece como un sistema integrado.
En Bélgica, los investigadores son muy autónomos, pero hay un sistema central de apoyo que brinda subsidios – los más importantes del país – a los temas que el sistema determina previamente, por concurso. De tal manera, el interés general tracciona la tarea de los investigadores.
En Estados Unidos, con la lógica del capitalismo hegemónico, los investigadores saben desde hace mucho que los recursos para dinamizar su trabajo dependen en gran medida de acuerdos con grandes corporaciones, que financian sus investigaciones orientadas a fines empresarios definidos. Las corporaciones mismas tienen centros de investigación a los cuales se trasvasan los científicos. El sistema de patentes sirve a la vez para proteger la propiedad del conocimiento y para difundir las líneas de avance.
En la Argentina, el sistema fue diseñado siguiendo el modelo francés de aquel entonces, con organismos científicos agrupados en el Conicet y organismos público-privados como el INTI o el INTA que debían ser ámbitos de investigación aplicada financiados parcialmente por la actividad privada y servirían de correas de transmisión para el conocimiento fluyendo hacia las distintas formas de la vida cotidiana.
Seis décadas después, poco – o nada – queda del intento original.
Nuestra dependencia productiva – con las corporaciones multinacionales hegemonizando casi cualquier faceta – y la subordinación cultural a la lógica del liberalismo consumista, ha impedido hasta ahora que aquel sistema bien interesante tuviera un rol transformador prolongado y permanente en el país.
Los rasgos dominantes han sido:
. Primacía de los aspectos competitivos en el Conicet, donde después de tantos años se critica con dureza la evaluación por papers publicados en el exterior, pero se sigue haciendo. Incluso en el país se sigue otorgando premios individuales a los investigadores más exitosos, sin siquiera sumar modestos reconocimientos a trabajos colectivos, que están fuera de la cultura del éxito.
. Debilitamiento de los vínculos entre ámbitos del Conicet y de otros organismos con misiones aplicadas, al punto que habitualmente se considera una mala decisión que un miembro de la carrera del Conicet trabaje allí. En todo caso, los grupos con vocación más aplicada han construido espacios propios, en paralelo con lo existente, como sucedió cuando YPF creo un centro de investigaciones en el país en sociedad con Conicet.
. Derrame de esa cultura no integrada hacia las generaciones más jóvenes. En el reciente conflicto de los investigadores jóvenes, no se pudo escuchar a nadie que relatara más que historias individuales de formación.
Podría seguir pero este documento pretende ser un lamento compartido por la oportunidad que se sigue perdiendo, más que una acusación a quienes son sujetos que soportan el error político y comunitario.
La responsabilidad de este serio problema argentino está en su estructura productiva y su dependencia cultural. Pero además, está también en la debilidad con que el campo popular ha encarado el tema cuando tuvo la oportunidad. Que el liberalismo se desinterese es de esperar y debe ser combatido con toda fuerza.
Pero que un gobierno popular haya considerado que se trataba solo de inyectar recursos a un sistema conceptualmente débil, con su objetivo original totalmente distorsionado y poniendo al frente a un representante de esa lógica competitiva y elitista que se debe superar, es un lamentable error.
El árbol sigue tapando el bosque, a pesar del valorable triunfo de los aspirantes a ingresar a la carrera del Conicet.
Son los integrantes más lúcidos del sistema los que debieran luchar por integrar todos los organismos de Ciencia y Técnica al MINCYT; por establecer una articulación horizontal y vertical fuerte en ese ámbito; por buscar sentido a muchas tareas nutriéndose en las necesidades comunitarias. Tanto por hacer…
Mario Rostagno
Coincido con lo que expresa Enrique Martínez en esta clara nota sobre el sector de CyT de la R. Argentina. Es necesario debatir el rol del sistema de CyT en el desarrollo sustentable e inclusivo del país para superar esa cultura individualista que persiste en Conicet. A pesar de sostenerse que el conocimiento es una construcción colectiva, cada investigador sigue siendo una isla, concentrado en su carrera individual, una de las tantas causas que dificultan que el sistema de CyT pueda asumir un rol transformador prolongado y permanente en el país.