El Mercado y la libertad

Un ser social, un ciudadano, necesita contar con dos atributos esenciales: libertad y protección contra las adversidades. Hace siglos que se vienen discutiendo, ampliando y a su vez consolidando los derechos civiles que buscan asegurar tanto la libertad como la protección. Con una excepción no menor: la faceta económica.

La libertad de trabajar, de producir o de comerciar no son conceptos que tengan casi vigencia alguna para los individuos sino, por el contrario, para las empresas y corporaciones, especialmente en el plano de las relaciones internacionales. Al interior de cada país, la temática solo aparece cuando el Estado busca regular las relaciones entre empresarios y trabajadores o entre empresarios grandes y chicos o entre empresarios y sus consumidores. Vale decir: Más que la libertad económica se discuten las formas de protección de los más débiles, ante las diferencias de peso específico que tienen los actores en el escenario.

Esencialmente, hay Estados que creen imprescindible esa protección y otros que adhieren a la idea que la autorregulación de los mercados de oferta y demanda, no sólo de bienes, sino también del trabajo convertido en mercancía, finalmente serán la mejor condición alcanzable.

Un elemento clave del sistema económico generalizado en el mundo es la elaboración del concepto de equilibrio de la oferta y la demanda de bienes y servicios, que confrontan en un mercado que en definitiva se autorregula. Esto sucede con el nivel de sofisticación que la imaginación de los economistas sea capaz de conseguir, pero el principio básico gira alrededor de ese espacio a esta altura mítico: el mercado.

La idea tiene la seducción de lo simple. Hasta visualmente, es inmediato asociarla a un lugar donde quienes tienen algo para vender confrontan directamente con quienes pueden estar interesados en llevárselo y consumirlo.

Sin embargo, la evolución del capitalismo se ha encargado de colocar la realidad lejos de esa figura elemental. El hecho clave es que la demanda sigue siendo la acumulación de las necesidades y deseos de los ciudadanos, mientras la oferta se ha ido concentrando en cada vez menos organizaciones – por lógica cada vez más grandes – que atienden esas demandas.

El resultado es que – para simplificar en una idea – el sistema de la economía de mercado está hegemonizado por la oferta.

Ese hecho afecta de manera decisiva nuestra calidad de vida. No solo consumimos en buena medida lo que la oferta decide, sino que además se ven afectadas las libertades y la protección de los individuos que deben ser componente central de una democracia económica. Reitero: Hay gobiernos que piden paciencia ante la evidencia del desequilibrio, con promesas de futuros equilibrios; o hay gobiernos que se embarcan en la defensa de los perjudicados, siempre desde una mezcla de resistencia y defensa resignada.

Los sindicatos; las convenciones colectivas y las paritarias; el salario mínimo; los mercados de concurrencia entre productores y consumidores; los sistemas públicos de difusión de tecnología; los sistemas de crédito para unidades pequeñas; todo eso y mucho más del mismo tenor, busca en algunos períodos históricos frenar el avance de las corporaciones que concentran la oferta y que por múltiples mecanismos condicionan el sistema institucional a favor de sus intereses.

Lo resumido es una variante del péndulo que los argentinos conocemos muy bien, en que unos y otros tenemos en claro cuál es el sector más fuerte – la oferta – y desde una vocación por justicia social, tratamos de encontrar los espacios de vida aceptable, acotándola, controlándola, hasta seduciéndola.

Tantos años de recorrer los mismos senderos en círculo, a lo que se agrega la experiencia comenzada en la última década en Europa, que reitera el desánimo, invita a pensar si no podemos dejar de intentar y reintentar estos caminos.

Hay una pregunta clave que sirve de disparadora para construir nuevos escenarios factibles: ¿Si en lugar de pensar como posibles sólo sistemas hegemonizados por la oferta, nos atrevemos a entender cómo sería un país donde fuera la demanda de los ciudadanos la que diera forma a los sistemas de trabajo, de producción, de comercio? Es decir: ¿Cómo sería un sistema económico al servicio de las necesidades ciudadanas, con libre posibilidad de trabajar, producir y comerciar, protegida esa libertad de las adversidades, incluyendo entre ellas a los abusos de eventuales poderosos?

A ese ámbito lo llamaríamos, sin duda, democracia económica. Buena parte de la producción que allí se desarrollara -tal vez toda – solo sería exitosa si atendiera eficazmente necesidades comunitarias. La llamaríamos producción popular.

Estos interrogantes, con respuestas concretas, aplicadas a una gama diversa de planos de la realidad cotidiana son los que buscaremos contestar en los Encuentros de Formación en Democracia Económica y Producción Popular, cuya primera versión comenzará el 18 de abril próximo (ver www.produccionpopular.org.ar).

Comentarios

  • Hola Enrique: tenemos que buscarle la vuelta para que estos 4 años no sean inútiles. La respuesta es empoderarse, hacer sin el estado presente. Tal vez cooperativas y recuperadas lo sigan haciendo. La tarea de crear cooperativas nuevas, se puede ver acicateada por el uso de dinero complementario y energía solar. Para el dinero complementario me parece buena la idea del yanqui de hacer tarjetas de regalo de KWH que se puedan efectivizar y si tenemos suerte que circulen como la Libra Lipton (A fines del siglo XIX el escocés Thomas Lipton, edito miles de billetes de una libra de Lipton facsímiles de los emitidos legalmente. En la cara inversa se leía “presentando este billete le descontamos una libra” en cualquier establecimiento Lipton”.
    Servía tanto para los descuentos que entraron en la circulación general como una forma no oficial de dinero
    Abrazo



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