El miedo económico no moviliza, inmoviliza

La manipulación masiva de la subjetividad ciudadana forma parte del escenario político desde hace muchísimo tiempo. De cualquier modo, el hecho nuevo de este tiempo es que ella ha pasado a ser determinante como nunca, al punto de conseguir que fracciones importantes de la ciudadanía decidan así sus opciones electorales, aunque de esa forma perjudiquen objetivamente sus intereses más elementales. El neoliberalismo ha estudiado y perfeccionado este perverso sendero, consiguiendo resultados acordes con sus intereses.

Quienes llegan a entender lo negativo y doloroso de esto están al presente eligiendo uno de dos grandes caminos para combatir ese escenario para nada aceptable.

Algunos construyen lo que podríamos llamar la contra manipulación, que consiste en suponer que los ciudadanos en definitiva no sacan conclusiones independientes, sino que sistemáticamente son presionados en el inconciente colectivo. Por lo tanto, se confronta marketing con marketing, como si se tratara de campañas publicitarias antagónicas de algún jabón.

Esto lleva a andar por la cornisa de la coherencia y lo más probable es que pierda ésta última, limando los que pudieron haber sido compromisos sanos con el interés general. Por esta vía se puede llegar  a conseguir resultados electorales favorables, pero pronostico que se perderá la memoria de las metas populares, al haber olvidado previamente el respeto por los compatriotas.

El segundo camino habitual transita por la racionalidad más pura y busca demostrar una y otra vez que los resultados que conseguirá el actual gobierno no solo no son los éxitos que anuncia, sino que perjudicarán a grandes mayorías. Este método se puede aplicar de forma reiterada. Diría que es fácil identificar problemas , en la medida que se repiten  varios escenarios bastante estudiados de los dos intentos neoliberales anteriores, y además resulta muy notoria la vocación de esconder detrás de consignas y mentiras las estrategias para concentrar el poder económico a expensas de los bolsillos de las mayorías.

El punto a discutir es qué se hace con esa información. Especialmente, cuando se cree que el otro – quien ejerce el poder, tanto económico como institucional – tiene la iniciativa y la decisión de recorrer ese camino que nos ha de perjudicar. Acentuando: cuando, además, se piensa que las consecuencias serán especialmente duras. ¿Qué se hace?

Uniformemente, los analistas elijen comunicar sus conclusiones en términos dramáticos. “Prepárense”, “Se viene lo peor”, son términos habituales. Esto no se expresa con la asepsia de un cirujano, que cree que su obligación profesional y moral es decir la verdad y el otro se debe hacer cargo de sus consecuencias. Normalmente, hay un juicio de valor, que cree en una secuencia por la cual, se genera miedo primero y los ciudadanos reaccionan luego, para oponerse a esa vía que los perjudicará.

Eso es cierto en mínima proporción y quien crea lo contrario no solo no entiende la importancia de la manipulación de masas, sino algo más elemental, que son las relaciones de poder que se establecen en el capitalismo, en el vínculo entre empleador y empleado. La conducta más esperable frente al miedo económico del futuro es la contraria a la rebeldía. La inseguridad laboral, el temor a mañana, aumenta la fragilidad del empleado, no su vocación de lucha. Este es el patrón dominante, mal que nos pese.

En el escenario social argentino hay un espacio paradojal que tiene que ver con la importancia del sindicalismo. La histórica “columna vertebral” del movimiento popular está desgastada y desacreditada por décadas de confrontación con poderes económicos que han apelado a cooptar sus dirigentes como una herramienta importante en su camino hacia la concentración. Sin embargo, los comunicadores y la militancia política que los critica, reclaman que la dirigencia sindical avance con paros generales o acciones similares, compensando así la falta de capacidad de reclamo ciudadana. Nos guste o no, es un curioso caso de “animémonos y vayan”.

El campo popular está en una trampa muy particular. Si creemos que las cosas irán de mal en peor, lo debemos señalar. Pero eso no es para nada suficiente. Si se considera que lo es y se anuncia dramáticamente el apocalipsis, hasta puede ser contraproducente, por la reacción ciudadana ante el temor, que inmoviliza.

Denunciar cultural, económica y socialmente al neoliberalismo, nos obliga a poner en el tapete cual debe ser el  otro escenario, el correcto, el que haga posible y sustentable una sociedad más justa. Nos obliga a hacer esto de una manera especial: caracterizando acciones positivas aplicables aún desde los ámbitos más básicos de la comunidad, donde se pueda mejorar el tejido social sin tener que esperar los favores de gobiernos hostiles o indiferentes.

En resumen: quienes creemos que iremos cada día un poco peor, tenemos la responsabilidad de poner al menos tanto énfasis en marcar la enfermedad, como en indicar cual es la propuesta terapéutica.  Especialmente, cómo se integran los ciudadanos de manera activa a esos mejores caminos. Para eso contamos con una gama de espacios. Desde la comunicación ciudadana más básica, hasta los gobiernos municipales o provinciales con vocación popular que cada vez están más resignados a concentrar su atención en negociar con el poder central los recursos para infraestructura básica, sin siquiera sentarse a pensar como se puede cambiar el horizonte, sin estar pasando la gorra todo el tiempo en Buenos Aires.

Enrique Mario Martínez

29.10.17

Comentarios

  • Elena Péreuz de Medina

    Coincido, Enrique. Se trata de hacer, en conjunto. No sólo de decir, aunque hay que seguir advirtiendo.



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