El nudo a desatar

Enrique M. Martínez

 

 El mundo tiene problemas económicos y sociales por todos lados. Si faltaba alguna situación que marque el grado de confusión de líderes, teóricos y analistas de todo color, la cesación de pagos de Puerto Rico y la reacción norteamericana que no sabe si ayudar o no a su “Estado libre asociado” ya tiene ribetes tragicómicos.

Realmente preocupante es que acercándonos a una década de la caída de gigantes financieros en el corazón del mundo central y su dominó selectivo, que buscó y busca ante todo salvar a los bancos, no aparezcan fórmulas para siquiera estabilizar a las regiones más poderosas del planeta.

El quiebre es tan fenomenal que las aparentes soluciones no abarcan comunidades nacionales completas ni mucho menos regionales sino, en el mejor de los casos, los sistemas financieros de esos países.

En ese mundo sin brújula es que Argentina ha transitado por doce años de un gobierno con expresa y categórica vocación de mejorar la condición de los sectores más postergados. El planteo fue bien pragmático: transferir recursos hacia los que menos tienen, conseguir así dinamizar el mercado interno, expandir la economía y repetir la secuencia. Se redistribuyó y con eso se buscó y logró aumentar la disponibilidad de bienes. Las experiencias prolongadas de gobierno son un laboratorio social de alto valor y estos doce años lo confirman.

La aplicación de la metodología muy sucintamente enumerada mostró sus límites. Al no afectar la concentración económica que existía en el punto de partida, sino por el contrario reforzarla, ya que los líderes del crecimiento fueron las empresas más grandes, la redistribución de ingresos fue encontrando limitaciones en la hegemonía de las corporaciones, que pudieron optar entre invertir para aumentar la oferta o apropiarse de los aumentos salariales vía inflación. La inflación, a su vez, amplía la participación de los subsidios al ingreso de los humildes en las erogaciones del Estado y genera déficit fiscal. Como complemento de esas facetas negativas, la dependencia estructural de las decisiones de grandes corporaciones queda clara por déficits de balanza comercial industrial que exigen rezar para tener precios altos de nuestras exportaciones agrícolas. Cuando eso no sucede, como ahora, se agrega un plano adicional de rigidez.

En resumen: la mayor equidad buscada a través de una redistribución de ingresos vía salarios y subsidios, ha encontrado límites fuertes en una estructura productiva y comercial muy concentrada y con decisiones corporativas que no se toman dentro de nuestras fronteras.

Más allá de los discursos públicos, el diagnóstico es compartido por todo el espacio dirigencial y político. Las salidas pensadas difieren en función de los intereses que se defienden. Aquellos que creen que los problemas del capitalismo concentrado se resuelven aumentando la concentración -parafraseando a un Ministro de Economía de hace dos décadas- impulsan la transferencia de poder y luego de ingresos a bancos y corporaciones, para que ellos inicien un nuevo ciclo de inversión y crecimiento que, paradojalmente nos podría conducir nuevamente al punto actual luego de la inicial depresión que se generaría.

Aquellos que piensan en cabalgar sobre el potro, sólo que ajustando las riendas, concentran su mirada en la administración de las divisas, de las tasas de interés, de los ingresos o de los egresos fiscales. Es lo que viene haciendo la actual administración económica con algunos éxitos coyunturales destacables. Aparece una tercera vía, que aún no ha sido asumida ni por el gobierno, ni por quienes se le enfrentan electoralmente.

Se trata básicamente de dos ejes:

  1. Comenzar con fuerza el trasvasamiento de espacios productivos a actores nacionales en sociedad o no con el Estado pero, sin dudas, dentro de un programa de prioridades definido desde la administración central. Se trata de cubrir eslabones vacantes en las cadenas de valor más relevantes como la automotriz o la electrónica, de industrializar

hacia adelante la minería o el agro, de hacer aparecer las energías renovables como factor relevante en la provisión de infraestructura comunitaria.

Estas ambiciosas metas no se lograrán sólo con crédito barato a los actores ya existentes. Es necesario vincular el sistema científico tecnológico con la producción y con la inversión pública como ya se mostró posible en INVAP, aunque con un área de trabajo inexplicablemente estrecha, o se está comenzando a percibir en la asociación de YPF y Conicet.

  1. El segundo eje es la movilización de la fuerza latente en la base social donde hoy la productividad es muy baja e imperan criterios asistenciales más que de eficiencia productiva. Es necesario instalar allí la convicción de que se pueden diseminar por el país unidades productivas de bienes y servicios que atiendan necesidades comunitarias básicas donde el lucro se ubique en segundo plano, pero ciertamente se alcance una calidad de vida digna para todos los protagonistas. Aspirara una fuerte visibilidad y crecimiento de un sistema que llamaríamos de producción popular, del cual emerjan buena parte de los alimentos, la indumentaria, la vivienda o la solución a los problemas ambientales sin distorsiones monopólicas de ningún tipo no es una utopía. Es por el contrario, una necesidad si es que queremos contar con un único tejido social por el que las sucesivas generaciones vayan transitando sin creer que hay salida sólo para algunos.

La cantidad de gente que no tiene en su imaginario personal la apropiación de valor generado por otro en la economía, vale decir, que no cumple con la condición capitalista básica asignada al dueño del capital, es clara mayoría en cualquier país y también en la Argentina. Hay muchos más ciudadanos que aspiran a una vida digna conseguida por el trabajo pero sin extraer renta generada por otros, que aquellos otros que organizan su vida alrededor de maximizar el lucro. Sin embargo, toda la teoría económica moderna y todas las disquisiciones alrededor de cómo aumentar los bienes y servicios disponibles tienen como actores protagónicos a los buscadores de lucro, no a aquellos que simplemente aspiramos a una vida digna. El concepto dominante explica esto fácilmente: se sostiene que sin capital no hay inversión y por ende, el dueño del capital es el tractor del desarrollo y no es exagerado decir que nuestro futuro depende de él (ellos). La cuestión es, ¿por qué el Estado debe limitarse a controlar los excesos de los capitalistas o a reemplazarlos como “capitalista con interés general”? ¿Por qué no le cabe como alternativa superadora promover y sostener hasta su estabilización unidades productivas cuya justificación esencial está en que satisfacen necesidades comunes, brindando a sus participantes esa vida digna que comentamos? Ni más, ni menos. En términos prácticos, eso significa, eligiendo algunas áreas muy cotidianas:

  1. Promover sistemas de recolección de los residuos urbanos donde los ciudadanos -que son los que los generan- tengan incentivos para separar y acopiar lo reciclable; luego cooperativas de líderes ambientales que clasifiquen el material y progresivamente también lo reciclen. Este escenario convertiría al cartonero en líder ambiental y prescindiría de las corporaciones que procesan los residuos como negocio apoyado en las espaldas de todos nosotros.
  2. Basar la producción y abastecimiento de alimentos para los argentinos sobre los 300.000 agricultores familiares, orientando la llamada agricultura industrial a la exportación.
  3. Construir escenarios de encuentro entre productores de indumentaria -los reales, los que cortan y cosen- con los consumidores, eliminando las densas redes de explotación o intermediación vigentes.
  4. Dar acceso a la tierra urbana a costo real, sin sobre precios especulativos y apoyar a las cooperativas de vivienda con toda la fuerza.

 

Estos casos, que bastan como ejemplo, no muestran tareas para excluidos que alivian su exclusión. Muestran amplios espacios de organización popular posible, con intervención de fracciones de lo que actualmente podemos considerar excluidos, pobres o clase media. No es esa pertenencia actual la que los identifica, sino el objeto de su trabajo futuro. Allí reside la posibilidad de construir una alternativa auténtica para un sistema que cae una y otra vez en las crisis a las que lo lleva la avaricia de los que buscan ganar dinero sólo operando con dinero. Es la que llamamos producción popular.

La solución que imaginamos no pasa por los carriles tradicionales de pelear el poder institucional o de pelear el poder económico. Es construir en paralelo a la vida actual, bien que administrada por un Estado que para simplificar podríamos caracterizar como contando con la misma propensión social que el actual, otro sistema que con la mejor velocidad que se pueda nos de la opción a millones de personas de trabajar con alegría. Para comer y dar de comer, vestirnos y ayudar a otros a hacerlo, cobijarnos en nuestra vivienda cómoda, sin que pase por nuestro imaginario cuidar un cargo en una escalera de ascenso social, defendernos de un empleador abusivo o gastar los tamangos buscando ese mango que te haga morfar.

Comentarios

  • martin

    Muy buena nota Ing. Se nota que hay un diagnóstico cada vez más refinado, sin caer en elucubraciones contra-fácticas ni extemporáneas. Es decir, como siempre, una mirada propositiva.
    Solo sumar a ello algunas apostillas:
    El sendero de producción y abastecimiento popular vía la agricultura familiar, debe poner énfasis regional/local a fin que la soberanía alimentaria sea un sello identitario -con un apoyo inexorable del Estado en el desarrollo de vias de comercio justo y empoderamiento tecnológico social-, e incluso poder promover la integración de nuestros pueblos, diluyendo fronteras nacionales. Siguiendo con su postulado de aprovechamiento de las ventajas relativas en el sector agroexportador, debe ser fuertemente regulado para no seguir cargando una huella hídrica y ecológica insostenible (basicamente, leyes opuestas de las que hoy son promovidas a libro cerrado a favor de las corporaciones sojeras, y un re-direccionamiento de la orientación matriz de nuestro Sistema de CyT al respecto en torno a transgénicos, etc).
    Por otro lado, creo que es necesario poder darle más y más sustento a lo que ud. llama «calidad de vida» , «vida digna» lo cual puede quedar abstracto si no queda en claro cuales son los marcos teóricos bajo los cuales nos estamos basando para hablar de ello (en Ecuador por caso se conceptualiza bajo los preceptos ancestrales del «sumak kawsay»). Ej., tal como ud. menciona en reiteradas oportunidades, cuestionar indicadores de «pobreza». En este sentido, debemos comenzar a desandar el camino de caracterizaciones discursivas transferidas e inculcadas desde el mainstream liberal, naturalizadas hasta por las expresiones políticas más a la izquierda: Un caso terrenal que se me ocurre es cuestionar, es la canasta basica familiar y los hábitos de consumo medios, en los cuales, elementos como una gaseosa, son componentes de la misma. En todo caso, cada región tiene una canasta de consumo -saludable y con identidad- y con precios populares (si hubiesen mercados y ferias populares masivas) para acabar con la hiperconcentración en el comercio -super e hiper- que reflejan también la concentración o subordinación en las cadenas inferiores -de producción y extracción de RRNN-, ipso facto terminan siendo reflejados en los precios (y la discrecionalidad en sus variaciones).



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