El poder que ya no es: «El Campo»

El 10 de diciembre de 2015 asumió el primer gobierno nacional en 40 años que fue recibido con fuertes expectativas positivas, casi como propio, por los productores agropecuarios. Desde 1976, los grandes y medianos chacareros no tenían la sensación de acceso abierto a las oficinas públicas donde se deciden cuestiones que los afectan, con la sensación que sus reclamos serían atendidos.

¿Cuáles eran esos reclamos en 1976 y cuáles son ahora?

Bastante parecidos: Ausencia de regulaciones. Por supuesto, desaparición de retenciones, junto con una paridad cambiaria alta. Crédito sectorial abundante y barato. Libertad, libertad, libertad.

Sin embargo, la estructura productiva agroindustrial de entonces era muy distinta de la actual. La producción de carne vacuna, de maíz, trigo y girasol se pensaban centralmente para exportación. Como referencia, más del 70% del maíz cosechado se exportaba sin proceso alguno. La soja estaba asomando como cultivo extensivo; el consumo per cápita de carne aviar era la cuarta parte que el actual; la industria láctea exportaba algunos quesos pero la mayoría de empresas, medianas y pequeñas, atendían el mercado interno. La industria semillera era básicamente nacional, con mucha presencia de trabajo del INTA.

Internacionalmente, se estaba saliendo de la Guerra Fría, con lo cual los convenios de compra de país a país eran habituales y la especulación financiera con granos era reducida o inexistente.

Como denominador común: las cadenas de valor eran cortas, con poco valor agregado y orientadas a la exportación, con bajo componente importado en sus insumos. En tal escenario, los dueños de la tierra tenían legítimamente la sensación que  podían organizar su vida y su producción relacionándose libremente con acopiadores y exportadores, que eran los compradores habituales. En tal caso, todo estaba bien.   Al menos para ellos. Por eso bregaron, con la memoria de la preguerra como guía, y lo consiguieron en 1976. Hasta contaron con el Banco Nación a su disposición, que durante años prestó a tasas 30% por debajo de las de destino industrial, sin siquiera verificar el destino del dinero.

Cuarenta años después han cambiado muchas cosas en el sector. Muchas más que las que parece percibir el conjunto de productores y su comunidad vinculada. Tal vez bajo la influencia de muchos errores de política desde 1983 a la fecha, con una dirigencia gubernamental que mostró en varias oportunidades ignorar aspectos bien elementales de la producción, sea agropecuaria o industrial, pero en particular la primera, los actores productivos suelen refugiarse en el libreto conocido: “No hay mejor Estado que el que nos saca las manos de encima; son todos ladrones; si nos dejan solos saldremos adelante”, etc, etc.

El punto es que aún cumpliendo con esa premisa que viene desde el núcleo cultural chacarero, quedaría el siguiente escenario:

. La provisión de semillas y de buena parte de los agroquímicos está altamente concentrada y además se ha apropiado de buena parte de la renta de la tierra, a través de precios que crecieron mucho más que los productos finales.

. La industria de maíz, de soja y de trigo están también concentradas y asociadas a la exportación, además de intervenir activamente en la especulación financiera en granos, de modo que están en condiciones de fijar las reglas con dureza.

. La industria avícola y la leche en polvo son actividades que tienen mucha relevancia, con demandas concentradas en el mercado interno.

.  La exportación de granos se ha hecho opaca, siendo frecuentes las triangulaciones, en que el precio final al cual se vende el producto se desconoce.

Podría seguir esta lista. Aquella sensación de recuperar la autonomía – de 1976 -, si se repite en el 2016 sería un espejismo, porque hoy la producción agropecuaria es un engranaje en un escenario mundial definido por un puñado de comercializadoras, industrializadoras y proveedoras de insumos, donde los que labran la tierra tienen muy baja capacidad de decisión y ninguna de influenciar los precios o los costos. El libre mercado no existe. Existe un mercado con regulación oficial, que ha ido a los tumbos, con errores y horrores o existe un mercado regulado por corporaciones multinacionales, que es aquel al cual vamos.

Más allá de las cifras de concentración en la producción primaria, que marcan la desaparición progresiva de las pequeñas unidades, es necesario tener en cuenta esa nueva relación de poder, que los voceros del sector niegan o prefieren ignorar.

Las opciones del “campo” son dos:

  1. Participar de un escenario dependiente donde reciben la parte menor de un negocio controlado por multinacionales.
  2. Construir un camino nuevo, de una política en que se contemple el interés elemental del productor, pero vinculado armoniosamente a los consumidores nacionales y al interés del país. Si los productores, con participación pautada de los grandes actores y de todo el espectro de la agricultura familiar, no participan en la concepción e implementación de esta vía, jamás existirá o, en todo caso, jamás será respetable. Cualesquiera sean los discursos, la opción anterior será la única viable, para mal de muchos.

La supuesta tercera vía, de la libertad de mercados donde el equilibrio se consiga en tanto el Estado no intervenga, se reitera que es una mentira, la que se ha hecho mito. Lisa y llanamente no existe.

Emm/26.1.16


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