La libertad mía, mía

Linda cuestión esta de mentar la libertad como objetivo humano superior.

Con la libertad en el altar es que aparecen en la mira los conflictos con el Estado, que regula, limita, controla, prohíbe y por lo tanto resulta el enemigo elemental de las buenas gentes, aquellas que no pueden ejercer esa condición básica de los seres humanos, que se ha perseguido durante milenios.

Rápidamente asociamos situaciones económicas a los reclamos: libertad de comercio, de exportaciones e importaciones, de compra, uso y destino de divisas. Hemos trasladado estas figuras al lenguaje. Ellos son los “liberales”, lo cual quiere decir que nosotros no lo somos, que no damos al concepto la misma prioridad.

La lectura de pensadores transcendentes, como Amartya Sen o Karl Polanyi, seguramente representativos de otros con los que no me crucé en mi formación a dentelladas, pero suficientes por su enorme profundidad, invita a tomar el guante. Todos respetamos, amamos y hasta anhelamos la libertad. Es una condición primaria de dignidad, de construcción de esperanza. Todos somos liberales, en suma.

Como individuos necesitamos tener el derecho de ejercer nuestra libertad, aún el derecho de decidir ejercerla de maneras totalmente propias. Agrego: como miembros de una comunidad, esa libertad tiene que ser complementada con protección.

Libertad de residencia, de expresión, de trabajar, de comercio, de acceso al crédito y la tecnología.

Protección a través de la educación; la prevención y tratamiento de problemas de salud; de daños ambientales; de las limitaciones por vejez, discapacidad o infancia; de la violencia social; del uso abusivo de recursos críticos y comunes, como los recursos naturales no renovables o las divisas.

Hay dos formas principales de limitar el uso de nuestra libertad y de reducir nuestra protección: Por medidas inadecuadas del Estado y por ejercicio del poder de algunos individuos sobre otros.

Los que llamaré “gerentes del poder concentrado” – término muy actual – se refieren solo a la intervención del Estado. El conjunto de los ciudadanos sufrimos los efectos en los dos casos. En realidad, hay situaciones históricas en que el Estado actúa ordenando las conductas sociales evitando que quienes tienen más poder perjudiquen a los ciudadanos de a pie y por lo tanto, lejos de ser un perjuicio para las mayorías es una protección y presencia imprescindibles. De manera refleja, hay otras situaciones en que el Estado no solo se ocupa de garantizar libertad a los poderosos o se desentiende del daño que algunos ejercen sobre los más débiles. También incorpora a las normas elementos que convierten el sometimiento del débil al fuerte en leyes y reglamentos.

Resumiendo: Sea, hablemos de libertad, aún en la economía. Pero hablemos de libertad para todos, hablemos de la más completa y transparente democracia económica.

Cuando una pequeña empresa quiere vender sus productos en un hipermercado y no puede, se restringe esa libertad.

Cuando un tecnólogo diseña una planta pequeña de producción de biodiesel que serviría a consumos regionales y no la puede fabricar porque los reglamentos la califican absurdamente de insegura, se restringe la libertad económica.

Cuando un vecino produce mermelada en su casa y el municipio le habilita su manufactura pero solo para vender en ese municipio, se restringe la libertad de producción.

Cuando un joven con buenas ideas productivas no podría obtener nunca crédito bancario porque no hay un sistema que paute crédito al nuevo, se limita la libertad de trabajar.

Cuando una empresa automotriz accede al derecho de tener un balance negativo de divisas porque sus importaciones y su giro de utilidades superan largamente lo que exporta, el ciudadano pierde protección de su derecho a que un bien común escaso no se dilapide.

Podríamos escribir un enorme volumen con ejemplos de limitaciones de la libertad ciudadana o reducciones de nuestra protección por abuso de poder dominante o por normas que vienen de cuando el poder dominante controlaba el Estado y que ahora se incrementarán.

No tenemos democracia económica ni protección ciudadanas. No las tenemos. Debemos adaptar nuestro lenguaje y reclamarlas. Nuestra libertad y la protección comunitaria: bienes superiores e irrenunciables.
Emm/28.12.15


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