El pensamiento con vocación transformadora se enfrenta a un dilema
duro y doloroso en escenarios dominados por el neoliberalismo, aún
cuando éste tenga como hoy, representantes de muy baja calidad
intelectual, meros operadores voraces, detrás de la ganancia financiera
rápida.
Por un lado, hay que atender lo inmediato, donde el daño a la calidad
de vida de las mayorías se hace más agudo a cada momento.
Por otro lado, hay que construir los marcos conceptuales en que se
espera reparar los daños, a la vez que se intentará evitar que haya
posibilidad de retroceso hacia esquemas que la Argentina ha soportado
ya tres veces en los últimos 50 años, con daños reiterados para la
población. Esta calesita no solo es absurda y despilfarra cualquier
buena intención, sino que nos lleva a acumular una tensión social que
se hace insoportable.
Se trata de dos tareas – entender el duro presente e imaginar un futuro
posible – que tienen vínculo político y social, pero a la vez constituyen
labores separables, con la utilización de metodologías que pueden y tal
vez deban ser distintas.
Descalificar la gestión de Cambiemos puede ser consecuencia de un
camino “blando”, en que se muestre la grosera inconsistencia de los
objetivos proclamados y los métodos aplicados, aún dentro de la lógica
liberal. O puede ser el resultado de un camino “rotundo”, donde se
describa las perspectivas de la economía y la sociedad argentina, sobre
la base de las experiencias anteriores del mismo modelo, con las
adaptaciones menores que surgen de la caracterización como grupo
social de sus actuales ejecutores, especuladores financieros por
antonomasia. Ambos caminos convergen en el tiempo.
Pensar un futuro distinto y los caminos para lograrlo, en cambio, requiere
un esfuerzo muy especial.
No solo debe quedar claro que el bienestar general es el objetivo
irrenunciable – eso es fácil de asumir -, sino que además debemos
apelar a una metodología que no esté contaminada por los axiomas
del neoliberalismo. No es improbable que esto suceda, ya que en
definitiva venimos soportando el bombardeo del discurso único por
medio siglo.
Es necesario ejemplificar esto,refiriéndose a ámbitos específicos, para no
dejar anotados planteos meramente genéricos.
Veamos, por caso, la cuestión del trabajo.
El peronismo nació y delimitó buena parte de las controversias políticas
y sociales desde hace más de 70 años, a partir de procurar mayor
equidad en las relaciones entre los capitalistas y aquellos trabajadores a
los que ellos contratan. La perspectiva histórica nos indica que los ejes
conceptuales del modelo, construído sobre la marcha, fueron:
- a) Una presencia del Estado como productor de infraestructura y
bienes y servicios básicos, además de su rol de administrador de
conflictos sociales.
- b) El fortalecimiento de la intervención sindical, tanto en su ámbito
natural de las fábricas, campos y oficinas, como en la
representación política de sus compatriotas.
Más allá del simultáneo crecimiento del trabajo cooperativo, el
peronismo enfatizó la relación entre capitalista y trabajador como
aquella donde debía ponerse el énfasis, al buscar la más equitativa
distribución de los frutos. El ya mítico fifty-fifty.
Esa lógica nunca se alteró en lo sustancial hasta el presente.
Sin embargo, en el camino el Estado productor se redujo a su mínima
expresión.
El trabajo independiente y aquel no registrado, donde la relación con el
capitalista elude las reglamentaciones laborales, ha llegado a su vez a
dimensiones enormes, representando quienes trabajan de ese modo
más del 40% de la población económicamente activa. Hay aquí un
nuevo e importante sujeto social, que son las organizaciones que
agrupan a quienes no tienen empleo formal y viven en parte de
subsidios oficiales y en parte de trabajos ocasionales.
El desempleo está muy por encima del 3% con que se completó el
período 1946/55 y se consideraría un éxito poder reducirlo a un 6 o 7%,
sin contar en ese universo a esa nueva masa de población que transita
por la segunda generación, de ingresos subsidiados para acceder a la
vida más elemental.
Las cooperativas han perdido interés para la política pública y además
de no ser consideradas un ámbito fraterno por los sindicatos, conseguir
la habilitación de una cooperativa de trabajo es uno de los senderos
más complejos de la burocracia.
Finalmente, desde el lado del capital, las corporaciones globales y el
enorme crecimiento del capital financiero han modificado no solo el
poder relativo sino también la estructura productiva a escala de cada
país,de un modo sustancial respecto de aquel momento histórico.
Todos estos elementos configuran un escenario laboral bien distinto del
imaginado y buscado con éxito por aquel peronismo.
De los tres componentes – Estado productor, capitalistas y trabajadores
organizados – ha emergido dominante el poder corporativo de los
capitalistas, agrupando las empresas productivas y las financieras,
pudiendo éstas últimas llegar en el presente a ejercer el gobierno
nacional.
No es de extrañar que en un retroceso tan traumático, especialmente
desde el genocidio iniciado en 1976, no haya habido masa crítica para
adaptar las evaluaciones y pronósticos al nuevo cuadro.
De tal modo, se sigue centrando la atención en el trabajo en “relación
de dependencia”, o sea aquel que es función directa de la iniciativa de
los capitalistas, asignando así a éstos la responsabilidad en la dinámica
de crecimiento del universo de ocupados o su contrario.
No hay estudios serios, en cambio, de la evolución del trabajo
comunitario, sea bajo formas cooperativas o sus variantes,ni del trabajo
independiente. Sin señalarlo explícitamente, se entiende que éstas son
situaciones transitorias cuya expansión o contracción dependen de la
dinámica del llamado “trabajo formal”, como si éste otro no tuviera
entidad comparable.
Al desempleo se lo sigue explicando en gran medida por la falta de
empleabilidad de los desocupados, o sea por su ineptitud para cumplir
las condiciones que requiere el capitalista. Esto es particularmente cruel
e inadecuado al diseñarse los planes de trabajo para aquel colectivo
que recibe alguna forma de ayuda social. El extremo es aquí hacer
transitar a los compatriotas por cursos de formación en temas menores,
sin ninguna experticia seria y por supuesto, nunca asociados a
programas concretos de ocupación. Aumentar la oferta calificada para
realizar alguna labor, esperando la voluntad de los capitalistas de
demandarla, es la lamentable consecuencia de esa mirada, una
pérdida de tiempo sin atenuantes.
Mientras se suman este cúmulo de errores, resulta notoria la falta de
atención de los problemas comunitarios más elementales.
Ni la infraestructura vial o energética de los barrios; ni el agua potable o
el tratamiento de efluentes; ni el adecuado procesamiento de los
residuos domiciliarios o industriales; ni siquiera la disponibilidad más
básica de alimentos; son flancos asegurados. El único modo que creen
tener los gobiernos para resolverlos es convertir cada uno de los temas
en un negocio seductor para un empresario, en lugar de considerarlo un
servicio público. Por lo tanto, la prestación depende de juntar el dinero
para pagar a los capitalistas, en lugar de asignar esfuerzos a organizar la
comunidad para atender los temas con el apoyo del Estado, gastando
mucho menos dinero y generando trabajo local.
Todo se hace en función del mercado, aun cuando la oferta sea
monopólica, por tratarse de bienes públicos. Nunca para resolver
problemas comunes a los involucrados. He llegado a conocer, hace
pocos años, colonias hortícolas puestas en marcha hace 60 y más años,
en que cada colono pensaba cómo conseguir dinero para sembrar sus
melones o zanahorias, que se venderían luego a centenares de
kilómetros de distancia, mientras los pollos, huevos o tomates que
necesitaban para comer los compraban en los negocios de los pueblos
más cercanos, siendo elemental que tenían posibilidad de producir esos
elementos en su casa,en cantidad y calidad suficientes, posibilidad que
no ejercían.
Por donde se lo mire, el trabajo de los argentinos ha dejado hace
tiempo de ser evaluable en una relación de dependencia de las
decisiones capitalistas, sino que tiene muchas más posibilidades de
crecimiento asociado a necesidades familiares, comunitarias, locales,
regionales que hoy no son atendidas en una organización económica
hegemonizada por la búsqueda del lucro.
Si fuéramos capaces de construir sistemas de medición de necesidades
básicas personales, familiares o comunitarias no satisfechas y asociar
esas mediciones a programas de mejora de calidad de vida general,
inmediatamente aparecería el trabajo como demanda social. La
relación de dependencia pertinente, la que interesa para el desarrollo
humano, no es ni aquí ni en el mundo el vínculo con el capitalista. Es la
relación del trabajo con el bienestar general, aquello a medir y corregir
para mejorar los horizontes comunitarios.
A mi criterio, este enfoque debe tener prioridad en el diseño de políticas
de promoción del trabajo en la Argentina, en lugar de acompañar
elucubraciones del capitalismo concentrado acerca de la Industria
robotizada, que nos llevaría a proponer la reformulación de la
educación secundaria, terciaria o universitaria de manera de mejorar la
productividad del trabajo y el beneficio del capital. Esto último es
meramente la nueva vuelta de tuerca de un capitalismo globalizado,
que viste con nuevos ropajes la lógica de una sociedad organizada a la
medida de la generación de beneficio empresario, cuya distribución ni
se discute, ni se altera a favor de las mayorías.
Enrique Mario Martínez
2.10.18