Las lecturas ausentes

 

La hegemonía del capital en el sistema económico mundial y de su sublimación límite, el mundo financiero, donde el dinero se multiplica sin aplicarse a proceso productivo alguno, se extiende a muchos más espacios que a la macroeconomía global y de cada nación. De manera rotunda, el pensamiento económico, el que busca explicar lo que sucede en el mundo y además busca identificar instrumentos para corregir o potenciar esos hechos, también coloca al capital en un lugar de privilegio excluyente. Para el pensamiento económico quien dispone de capital ordena la vida de los demás y cabe a la sociedad desde poner la alfombra roja para su llegada hasta establecer marcos de regulación para que los resultados sean lo más equitativos al alcance.

En consecuencia, un economista bien formado debe aspirar con fluidez los parámetros agregados que sirven como medida de la evolución de un sistema nacional o global y sacar conclusiones a partir de allí. La tasa de crecimiento del producto bruto, la inflación, la balanza comercial, la balanza de pagos y todos las demás variables similares son las que se busca medir del mejor modo posible, porque ellas configuran el complejo termómetro.

Cada uno de esos números es por supuesto en alguna medida el resultado del comportamiento de otras variables del menú, con las que se determinan mutuamente y el resultado del comportamiento y las decisiones de los millones de compatriotas que trabajan, consumen, ahorran o invierten cada día en cada lugar.

El pensamiento económico dominante, sin embargo, le da un peso mucho mayor a la interacción de las variables macro que al comportamiento de las personas o a su organización relativa. Esa diferencia de trato intelectual es compartida por conservadores y progresistas. En un instante dado, unos pueden reclamar austeridad y otros fortalecer el consumo, pero las herramientas que piensan utilizar para alcanzar su objetivo son las mismas, solo que aplicadas en direcciones opuestas. Se aumenta el crédito o los salarios o se seca los bancos y se congela los sueldos; se aumenta el déficit público para aumentar la inversión o se hace de su desaparición una virtud superior. Y así siguiendo. Las variables monetarias y financieras se supone – se postula – que definen las conductas humanas para marchar en cierta dirección deseada.

La aplicación sistemática de esa mirada, sea desde un punto de vista favorable al capital y su acumulación, sea a la inversa, buscando mejorar a los desposeídos, ha empobrecido notablemente el análisis y los debates en las democracias modernas. Efectivamente, al descartar los exámenes estructurales, el estudio de las relaciones de producción, aquellos que buscan defender a los perdedores del sistema, mantienen intacta la hegemonía intelectual del capital como variable alrededor de la cual gira todo lo demás. Terminan así haciendo un esfuerzo tras otro, por utilizar las herramientas definidas por el capitalismo más ortodoxo, sólo que buscando pegar el martillazo con el mango. Muchos pensadores – sobre todo del mundo central – han advertido esta sustancial debilidad y han encarado estudios de diverso nivel de profundidad, sobre la que llamamos “economía real”. Poco es lo que ha llegado por estas playas, pero la dinámica allí es más fuerte que aquí y vale la pena rescatar al menos un par de casos como ejemplo.

Las discusiones sobre la dominancia en la cadena de valor, por ejemplo, son de inmenso valor. Hace 20 años un grupo de sociólogos de la Universidad de Duke, en Estados Unidos, liderado por Gary Gereffi, comenzó a difundir su aprendizaje a partir de estudiar las relaciones de poder entre los eslabones de una cadena de valor productiva y sus efectos sobre la distribución entre ellos del valor agregado. Eligieron la industria de la indumentaria como caso piloto y se aplicaron a la maquila mejicana y de países de Asia y Centroamérica. Ese grupo luego configuró un triángulo con otro en Sussex, en Inglaterra, y otro en el MIT, de Massachussets, y con los años la mirada se diseminó por el mundo.   Esta metodología produjo análisis de enorme importancia para entender la organización global de la industria de bienes de consumo con baja tecnología (indumentaria, calzado); la automotriz; la electrónica y muchas más, explicando las diferencias entre ramas y los efectos en cuanto a poder y fracciones de valor apropiadas. Se aplicó y aplica a industrias nacientes en toda África. Con una característica interesante e importante sin embargo: Explica las estructuras que se generan y los desequilibrios internos, marcando los ganadores y perdedores, pero no suministra herramientas decisivas para que la periferia – los pobres de África o de Méjico – salga de la subordinación. Muestra la enfermedad pero encontrar la vacuna es aún hoy un problema de los países con dificultades.

Con una significativa excepción, al menos que yo conozca. Gary Gereffi coordinó durante este siglo varios estudios para el Departamento de Energía de Estados Unidos (DOE) sobre las cadenas de valor de bienes que producen o usan energías no convencionales. Desde los vehículos a gas a las baterías de litio han sido estudiadas como cadena – recomiendo enfáticamente buscar y conocer alguno de estos estudios – y allí aparecen recomendaciones para superar las debilidades norteamericanas frente a otros países que han realizado mayores avances al momento. A mi criterio, eso pudo ser porque allí los investigadores alcanzaron a ponerse en la piel del más débil – en este caso su país – y conocen los instrumentos a la mano para actuar, situación que en casi ningún caso se profundizó cuando son otros los países con el problema.

A la fecha, la dominancia al interior de cadenas de valor productivas no forma parte de ninguna currícula universitaria argentina, ni de economía ni de sociología o de ingeniería. Nos falta el equivalente a una lupa moderna en nuestra caja de herramientas básica.

Un segundo caso muy importante es más contemporáneo. Otra vez en la Universidad de Sussex, Inglaterra, hay un grupo liderado por Mariana Mazzucato, que ha generado un cuerpo de ideas sobre el Estado que se necesita en el mundo actual, cuyo crecimiento está traccionado por la innovación. En notables trabajos, se examina la participación del sector público en las innovaciones que han producido cambios estructurales – Internet, equipos de comunicación, biotecnología y otros – demostrando que el Estado se hizo cargo de prácticamente la totalidad de las inversiones de riesgo hasta consolidar las innovaciones y sus efectos. De ese trabajo, se deducen varias cosas, de las cuales dos nos interesan centralmente para este documento:

  1. El Estado no debe actuar solo como administrador del mercado vigente, apuntando a corregir sus deficiencias. Debe construir mercados. Debe pensar y hacer donde nadie hace.
  2. Para lo anterior, se deben superar planteos organizativos profundos, diseñarse sistemas especiales de financiación y por sobre todo: construir escenarios inclusivos, que hagan que los beneficios de las innovaciones no sean apropiados por sectores concentrados, sino que por el contrario aporten a la fracción de población más grande posible.

Suena valioso, muy valioso. Para el mundo periférico, – a quien los estudios no tratan por separado – le marca un camino desafiante, donde el Estado no debe ser sujeto pasivo, sino por el contrario debe ser el tractor, el líder del cambio.

La Investigadora mencionada ha participado de video conferencias en seminarios recientes de economía heterodoxa, por lo cual esta mirada está más visible que la anterior y podrían ser breves los tiempos para pasar a estudiar sus tesis. Sin embargo, eso no será suficiente. Justamente, nos queda a nosotros, los periféricos, la extrapolación a nuestra realidad del latiguillo aquel: El Estado debe pensar y hacer donde nadie hace, que es en rigor una actualización de una consigna de Lord Keynes, de 1926. Si el Estado fuera en esa dirección, no haría solamente lo que se le pide para el mundo central. También trabajaría en la innovación generada por cambios en la organización productiva, que abarquen a los sectores hoy excluidos y seguramente a varios ámbitos de satisfacción de necesidades comunitarias.

La producción popular, una idea fuerza que el Instituto para la Producción Popular (IPP) está batallando por visibilizar y luego analizar, implementar, debatir todo lo necesario, es el componente complementario de las propuestas de M. Mazzucato, válido para nuestros países, donde el estado innovador es un actor transformador de organizaciones sociales productivas.  Deberíamos tener oportunidad de interactuar con el grupo de la Universidad de Sussex, para mostrar que esta faceta de nuestras realidades se incluye en su modelo, pero hoy se cae de su mirada cotidiana.

Podríamos seguir con otras propuestas para una nueva economía, que pululan por Europa y Estados Unidos y aquí no figuran en programa de enseñanza alguno, ni siquiera como revisión crítica. Pero debo interrumpir porque tengo que averiguar si el Banco Central compró o vendió dólares esta semana. Dato clave para seguir con la cabeza en la morsa.

EMM/9.7.15

 

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