Después de la crisis financiera de 2008 en el norte, aumentó exponencialmente la proporción de ciudadanos de los países centrales que han dejado de pensar en términos de ciclos, donde a los años malos le siguen los buenos, en un eterno carrousel. Ellos advierten que la concentración no parece tener límite, que su contracara de pobreza y exclusión pasa de injusta a indignante, en la medida que no tiene solución ni atenuación a la vista.
Hay una fracción importante de los insatisfechos que – a diferencia del mundo periférico – puede optar por apoyarse en partes de la infraestructura disponible, para construir realidades parciales o acotadas, pero bien diferentes de la tendencia hegemónica. Se construyen así barreras intelectuales que permiten escapar, aunque sea parcialmente, de la locura del capitalismo concentrado. Aparecen fideicomisos para aislar tierra urbana de la especulación inmobiliaria y así facilitar el acceso a la vivienda; se expande la agricultura apoyada por la comunidad, con vínculos entre granjeros y sus consumidores; crecen enormemente los esfuerzos para aprovechar en comunidad las energías renovables; incluso – bien desconocido por acá – germinan y se consolidan proyectos cooperativos de prevención de salud y tratamiento de enfermedades.
Podríamos resumir señalando que en lugar de correr hacia el barrio cerrado, pretendiendo dejar fuera los efectos más evidentes de la pobreza y exclusión, grupos de ciudadanos, con valores interesantes, se aplican a disfrutar de parte de su vida cotidiana ordenada según esos criterios más sanos. Es claramente positivo para ellos y didáctico para nosotros, mostrando numerosas vías de corrección a un estado de cosas nocivo, que no debemos tomar de ninguna manera como un dato.
Hay otros grupos, más notorios y con más espacio en los medios de difusión, porque piensan la cuestión en términos de política global e interpelan gobiernos o dirigentes políticos de manera explícita, pujando incluso por el acceso a la administración de los recursos públicos.
En una primera etapa, estos grupos denuncian al capitalismo global, las protestas crecen y dan lugar a reclamos y propuestas específicas concretas.
¿Qué piden?
Contar con una respuesta precisa a esta pregunta es esclarecedor para entender las fortalezas y debilidades de estas iniciativas, en sí mismas y como posible articulación con los espacios populares en la periferia.
Las simplificaciones que se necesitan para esto son riesgosas pero inevitables, como aquí.
Los planteos más elementales e inocentes piden que los mismos que administran la sociedad en perjuicio de las mayorías, cambien su criterio, como si la razón de su proceder fuera un error técnico. Esto nunca tiene un destino positivo.
En el otro extremo, los intentos más respaldados por grupos sociales buscan desplazar los gobiernos actuales, involucrándose en la lucha de partidos, para acceder a un gobierno mediante elecciones. Este camino es mucho más complejo, tanto para recorrerlo como para analizarlo.
El aspecto clave a entender cabalmente es que la dimensión política y la administración de un gobierno son aspectos inseparables de la estructura social y económica de un país o región. En realidad aquello – la política – es determinado, influenciado de manera categórica, por lo último (la estructura). De tal manera, tratar de actuar sobre el producto derivado – la política – , sin ejercer previa o simultáneamente ninguna acción sobre la causa básica – la estructura – es como mínimo de alto riesgo y expuesto a la posibilidad de tener resultados menores o fugaces o reversibles en el tiempo.
Allí reside, de manera elemental, la explicación del fracaso de los intentos progresistas de Grecia por sacarse a los bancos europeos del cuello; las frustraciones del socialismo español y la posterior domesticación de las nuevas iniciativas como Podemos, más allá de los fuegos de artificio verbales; el límite pendular de los países en que los gobiernos terminan yendo de derecha a izquierda y viceversa, en mitades cada vez más parecidas entre sí y con una estructura productiva que ni conocen ni afectan, que tiene dinámica concentradora propia.
Quienes se mueven estrictamente en el plano político, allá y aquí, están omitiendo la evaluación de las causas básicas de una estructura cada vez más injusta. Están cayendo en el grosero error de suponer que esa estructura se puede gestionar sin cambios, desde gobiernos populares, para beneficiar a las mayorías o al menos evitar lastimarlas. Una y otra vez verifican que no se puede o que a cortas experiencias positivas les sigue la restauración conservadora.
Comparando las iniciativas de producción popular fragmentadas con las que eligen la política, deberemos admitir que al menos las primeras logran cambiar parte del entorno y desde la base social misma van creando conciencia de las posibilidades del trabajo comunitario.
Hay un tercer camino híbrido, en que analistas sociales se ocupan de proponer acciones de mejora por fuera de la política, en realidad poniéndolas a disposición de quienes se dediquen a ella. Hacen diagnósticos del capitalismo concentrado y programas de transformación que no ejecutan, sino que difunden.
El caso de Naomí Klein es tal vez el más interesante para considerar, porque sus trabajos se han difundido mucho en Argentina y ella misma ha visitado el país en más de una oportunidad.
Escribió una secuencia de tres libros: No Logo, en que examina en profundidad la influencia de las marcas como elemento de dominación en el mundo; La Doctrina de Shock, en que sistematiza con mucha claridad la metodología del poder concentrado de intervenir por sorpresa en el mundo creando condiciones que dejan confundidas a las mayorías; cerrando por el momento con el reciente Decir no no Basta, en que caracteriza el gobierno de Donald Trump con profunda claridad y con desprecio por lo que representa y a continuación esboza la necesidad de tomar la iniciativa, evitando refugiarse en la resistencia permanente. Para esto acompaña, como primer aporte relevante, el manifiesto El Salto, producto colectivo de varias decenas de intelectuales, que propone iniciativas que incluyen al ambiente, a las energía renovables, a la educación, a reformas impositivas. Lo hace – como ya se señaló – desde fuera de una estructura política partidaria.
Reaparece lamentablemente el déficit básico: No ir al hueso del problema que se quiere atacar. Se llega a entender y sostener que ni Donald Trump ni los gobiernos semejantes – el actual nuestro entre ellos – se originan en atributos personales de político alguno, sino que son emergentes de la concentración económica y la manipulación de masas que la fortalece aún más. Sin embargo, los análisis – y las propuestas – se siguen moviendo en la superestructura creada por ese mismo sistema concentrado, sin buscar la base elemental, que no es otra cosa que la explotación del hombre por el hombre, el trabajo como mercancía, el lucro como fin superior.
La incapacidad de los gestores políticos con vocación progresista y de los intelectuales que buscan influenciarlos, para siquiera imaginar escenarios donde se pueda trabajar para atender necesidades comunitarias, sin que ese trabajo sea una mercancía considerada un costo a minimizar por un capitalista, deja una enorme brecha de propuesta y construye una calesita despareja. A cortas primaveras a favor de los pueblos le suceden largos inviernos de despojo, cada vez más fríos.
Con nuestro libro Ocupémonos (www.laredpopular.org.ar/como-conseguir-ocupemonos/ ) buscamos introducir una cuña en ese debate pendiente. Ampliaremos la visibilización de la cuestión con los modestos recursos a nuestro alcance. Por suerte comienzan a sumarse voces de compañeros en la misma dirección, diseminando las semillas. La tierra fértil está lista.
Enrique M. Martínez
Instituto para la Producción Popular
18.1.18