Objetivos del milenio y Producción Popular

En 1990, las Naciones Unidas establecieron los Objetivos del Milenio, a cumplir en los siguientes 25 años, para mejorar todas las facetas de los ciudadanos más desposeídos del planeta.
En un reciente informe de NU – https://www.un.org/…/mi…/pdf/2015/mdg-report-2015_spanish.pdf – se analizan los resultados alcanzados. Y allí los redactores no se diferencian demasiado de un político en campaña, deformando datos y conclusiones según cual sea el lado del mostrador que se ocupa.
Nos concentraremos en el objetivo 1: Erradicar la pobreza extrema y el hambre, que a su vez planteó estas metas:
1A: Reducir a la mitad, entre 1990 y 2015, el porcentaje de personas cuyos ingresos sean inferiores a 1 dólar por día.
1B: Alcanzar empleo pleno y productivo y trabajo decente para todos, incluyendo las mujeres y los jóvenes.
En cuanto a la primera meta, se sostiene que en todo el mundo se bajó el porcentaje de personas que viven con menos de 1,25 usd/día (se corrigió la cifra original como forma de considerar una inflación elemental) de 36% al 12%, superando la expectativa del 18%. Para llegar a esta conclusión, NU convalida el arbitrario criterio de medir pobreza por ingresos y no por el acceso a una canasta básica, que sería claramente más razonable, aunque fuera más complicado. Eso le permite al organismo concluir, por ejemplo, que la pobreza extrema bajó en China del 61% al 4% o que el único continente en que subsisten problemas serios es el África Subsahariana. Y varias otras conclusiones igualmente arriesgadas.
Naciones Unidas eligió el camino de esconder a los pobres y con eso allanó el camino para que muchos países también lo hagan.
Lo que no ha sido tan factible es sacar conclusiones favorables en la segunda meta. Analizando el mundo de trabajo esencialmente desde la óptica de que los empleadores – los dueños del capital – son los que traccionan el empleo y los trabajadores buscan adaptarse a esa demanda, el organismo señala que desde 1991 a 2015 la proporción de habitantes empleados en relación al total en edad laboral bajó del 62% al 60% en el mundo, con una caída mayor en el mundo en desarrollo (64 a 61%) que en el mundo desarrollado (57 a 56%). Según las estadísticas oficiales, hay 204 millones de desempleados en el mundo, 53 millones más que en 1991. Cabe destacar que también estos números son opinables porque se llama desempleado a quien busca trabajo y no lo encuentra, pero no se incluye en esa categoría a quien dejó de buscar porque no encontró en un año.
Allí no reside la faceta más débil y cuestionable del trabajo, sin embargo. Está en la calidad del trabajo y de su remuneración.
NU clasifica a la población trabajadora en cinco categorías según sus ingresos. Habla de extremadamente pobre, moderadamente pobre, casi pobre, clase media en desarrollo y, por fin, clase media desarrollada y superior. Para no aburrir con números, una familia de clase media en desarrollo es -según Naciones Unidas- la que vive con más de 480 usd/día y menos de 1560 usd/día para una familia de 4 personas. O sea: en la Argentina una familia que vive del salario mínimo de una persona (6000$/mes) es para Naciones Unidas de “clase media en desarrollo”.
Sobre esos parámetros enteramente cuestionables, se festeja que en 1991 el 82% de las familias trabajadoras del mundo eran consideradas pobres y en 2015 esa proporción se ha reducido al 52%.
Hay más: La proporción de trabajadores en empleos vulnerables. Se considera empleo vulnerable al trabajo por cuenta propia – sin seguridad social – y los trabajadores que se desempeñan en un contexto familiar, ayudando al jefe de familia. Esa proporción ha pasado del 56% de los empleados totales en 1991 al 45% en la actualidad. Por efecto del aumento de la población mundial, sin embargo, su número ha pasado de 1260 millones en aquel entonces a 1450 millones en la actualidad.
Naciones Unidas podría bien concluir: Estamos mal, pero vamos bien.
No se puede evitar advertir que el mundo está tapando el sol con una red y que el sistema capitalista globalizado y concentrado no está dando solución, ni en cantidad ni en calidad de trabajo generado.
Explicar el problema con el consabido latiguillo de que la tecnología evoluciona de un modo que aumenta la productividad reduciendo el empleo global, es tomar un pedacito de la verdad, porque en simultáneo con esa realidad de la tecnología de punta quedan multitud de oportunidades de trabajo, para atender desde problemas ambientales o de infraestructura, hasta obviamente la demanda de bienes básicos que se generaría si los excluidos tuvieran mejores ingresos.
Asignar el problema a la concentración de la riqueza es también una verdad a medias. Si se nacionalizaran o aún cooperativizaran los grandes complejos productivos del mundo, eso no aumentaría la cantidad de trabajo disponible en forma directa. Solo lo haría por la mejor distribución del ingreso.
Aumentar la demanda interna a través de subsidiar a los que menos tienen, como ha hecho la Argentina, es un aporte de justicia clara, pero no es solución estructural, porque los recursos para los subsidios deben obtenerse a través de impuestos y esto tiene un límite que si se supera, traslada tensiones al conjunto de la economía y de la sociedad.
El camino de salida solo puede comenzar a configurarse cuando dejemos de negarnos que el capitalismo ha generado dos mundos: uno movilizado por el lucro, donde cabe una cierta proporción de la población y otro expectante, que solo aspira a sobrevivir de una manera digna, al cual el primero solo cree que necesita de manera menor, pensando que la inclusión de éstos últimos no forma parte de sus problemas esenciales.
Así funciona la subjetividad de los ciudadanos del planeta y así de desastrosos son sus resultados. Cabe la exhortación ética, al estilo de lo hecho por la Iglesia católica y otras durante siglos. O cabe que desde espacios comunitarios con posibilidad de construcción de escenarios innovadores, contando allí por supuesto todos los espacios gubernamentales que se pueda, se implemente ámbitos donde el trabajo de los llamados excluidos – frase poco feliz que sugiere que es posible incluirlos – y de otros, insatisfechos con el lugar que el capitalismo les ha otorgado, contribuya organizadamente a la mejora de su propia calidad de vida y de sus semejantes. Con vasos comunicantes con el mundo del lucro, pero no como apéndices mal pagos del mismo, al cual entregan su trabajo y también el valor agregado que incorporan, reproduciendo así la miseria.
Hay algo de lo que estamos convencidos: los marginados del planeta no podrán tener un futuro digno solo en base al esfuerzo porque sean tributarios de los que hoy estamos del lado de arriba. Ni siquiera, por supuesto, a través del reclamo militante de la mejora sistemática en la asistencia social que se brinde.
El nuevo universo, en gestación en buena parte del mundo, inorgánico aun pero con una diversidad y fuerza notables, es lo que llamamos producción popular.
En el Instituto para la Producción Popular (IPP) le estamos entrando al tema de manera riesgosa, ya que a la vez que hacemos, construimos teoría, aprendiendo de nuestros errores y de los demás. Pero va. Cada día estamos un poco más cerca de entender y, si entendemos, de ayudar. Las puertas están abiertas.

Enrique Mario Martínez 23.7.15


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