La experiencia de un banco agroecológico de semillas para agricultores familiares en la India. Una alternativa orgánica a la agricultura industrial de monocultivo.
Vandana Shiva es una física india con doctorado en teoría cuántica y altos estudios de filosofía de la ciencia. Decidió cambiar la comodidad de la academia y laboratorios para liderar una causa propia, difícil y con muchos enemigos.
Desde hace más de 30 años se volvió una especie de profeta en su tierra, y ahora en el mundo, a favor de la soberanía alimentaria como camino para superar la pobreza, el hambre y detener la debacle ambiental.
Promueve la agroecología en pequeñas parcelas en contra del modelo agroindustrial que usa fertilizantes químicos y pesticidas; plantea la biodiversidad en contra del monocultivo excluyente; impulsa la soberanía de los campesinos para sembrar semillas propias, en oposición a las genéticamente modificadas y patentadas por multinacionales como Monsanto; antepone redes de economía locales al discurso de una globalización en que pocos ganan a costa de muchos.
“Somos lo que comemos. El alimento es salud, bienestar, libertad. En el momento en que se controla la comida para forzarnos a consumir alimentos genéticamente modificados (GMO por sus siglas en inglés) y comida chatarra, la acción a tomar es el compromiso con nuestro bienestar y el del planeta”, afirma con vehemencia.
Por eso Shiva se ha vuelto una voz incómoda para poderes económicos y gobiernos que promueven los alimentos transgénicos y la biotecnología, al tiempo que asesora a otros como el de Buthan y recibe apoyos en todo el mundo.
Su causa germina desde la fundación Navdania y Bija Vidyapeeth (Universidad de la Tierra). Con esas entidades se ha establecido 111 bancos comunitarios de semillas en India, formado a 5 millones de agricultores y la mayor red de agrocomercio justo de ese país.
El discurso de esta ecofeminista de 63 años despierta solidaridades y odios, recibe aplausos y descréditos. La defienden como adalid del bien común, pero la acusan de fundamentalista y ponen en duda sus afirmaciones (ver recuadro).
Entre muchos premios y doctorados honoris causa, ha sido reconocida por la Naciones Unidas, en 1993, por el parlamento sueco con el Premio Nobel Alternativo por su aporte al desarrollo sostenible y hasta la revista Times la catalogó de “heroína ambiental”.
Pues bien, Vandana Shiva visitó por primera vez el país. Fue la invitada principal esta semana al congreso internacional Otromundo, organizado por la Colegiatura Colombiana, en Plaza Mayor. Allí EL COLOMBIANO dialogó con esa controversial mujer que, en todo caso, habla con convicción, humildad y desde el corazón:
En Colombia hay una intensa discusión en torno al uso de la tierra: unos defienden que solo se puede producir de forma rentable en grandes áreas y están los que defienden el cultivo pequeño, ¿cuál es su postura?
“El último reporte del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas mostró que el 70 por ciento de la comida proviene de pequeñas granjas. La agricultura a escala industrial no alimenta el mundo, provee el 30 por ciento del alimento pero usando el 70 por ciento de los recursos. Sobre la producción de soya y maíz modificado genéticamente (GMO), el 70 por ciento se destina a la producción de biocombustibles y alimentación de ganado. Para tener alimento real, necesitamos proteger a los pequeños campesinos”.
¿Pero cómo sacarlos de esa pobreza generalizada?
“La agricultura orgánica removerá la pobreza campesina, que no es porque sean menos productivos. Datos de Naciones Unidas e India muestran que pequeñas granjas producen diez veces más que la agroindustrial. Si se quiere acabar con la pobreza, debe acabarse la explotación injusta”.
¿A qué se refiere?
“Hay dos maneras en que son explotados. Una es el método de producción que les impone comprar semillas y químicos costosos, por eso tienen que endeudarse y su ingreso es incierto o nulo. La otra manera son los sistemas de distribución y comercialización. Si se mira el caso del café, los dividendos de un cultivador han disminuido a la mitad, mientras se han duplicado la ganancias de los comercializadores internacionales como Nestlé y Starbucks. El comercio justo es la respuesta a la pobreza creada por el comercio injusto de un sistema de alimentación global controlado por unos oligarcas de los agronegocios. Para mí no tiene sentido que los campesinos sean desplazados y que las grandes compañías tomen estas tierras y cultiven cosas que no son comida para humanos, como biocombustibles y alimento para animales, y que mientras tanto importemos comida chatarra para destruir nuestra salud”.
Su fundación Navdanya ha creado economías locales alternativas, ¿en qué consisten y cómo se pueden aplicar?
“Cuando la biodiversidad está en manos de los agricultores, podemos cultivar mejores alimentos y más comida. Nuestra investigación ha mostrado que las granjas con cultivos diversos, que es la clase de agricultura tradicional de Colombia y en India, se pueden alimentar dos o tres veces a la población mundial. Cuando usas agroecología se repone la fertilidad del suelo, la diversidad controla las plagas y tendrás más polinizadores”.
¿Cómo es posible que nuestro país alcance su soberanía alimentaria?
“Ante la escasez de la semilla que quieren imponer unas pocas compañías, proponemos un modelo de producción que crea abundancia. Si Medellín mira su entorno, sus comunidades locales puede establecer su propia cadena de suministros provenientes de sus alrededores, igual que podría pasar en Bogotá. Necesitamos un nuevo pacto con el área rural de la ciudad, comer de manera saludable, puede ser la mayor solución en la salud, y la solución a la pobreza en las zonas rurales. Cuando eso ocurra, Colombia tendrá soberanía alimentaria”.
¿Es posible una economía globalizada de mercado que conviva con ese modelo?
“Una economía globalizada la concibo como una red de economías locales, de sociedad democrática y una conciencia planetaria esto puede coexistir con la justicia social. Lo que hay hoy es una economía globalizada controlada por unas pocas compañías que escriben las reglas del comercio y ponen a los gobiernos, democracias y constituciones en función de sus intereses y no de los intereses de las personas. Una economía global impulsada por corporaciones no puede ser coherente con ecología sustentable, justicia social o democracia”.
¿A qué se refiere con los “huertos de la esperanza”?
“Los empecé con las viudas de los agricultores de la India que se suicidaron, desesperados por sus deudas económicas y por perder sus tierras. Lo que cultivan las huertas de la esperanza es eso, esperanza, y en ese proceso también reciben comida.”
¿Cómo se puede tener uno?
“Cada espacio comunitario debería convertirse en una huerta, porque hay dos cosas que escasean hoy: la esperanza y el buen alimento. Un huerto de la esperanza puede ser una matera en un balcón, si es el único espacio que tienes. Ahora trabajo con los griegos que ya cultivan comida en terrazas y balcones y producen semillas para enviar a Siria. También buscamos crear mil huertos de la esperanza en Katmandú (Nepal) con las víctimas del terremoto que lo perdieron todo”.
En lo personal, ¿por qué una doctora en física termina defendiendo la biodiversidad y la justicia ambiental?
“La vida te enseña algo más de lo que estudias en una maestría o doctorado. Los principios que he aprendido a través de la teoría cuántica son los que aplico en mi trabajo en biodiversidad. Se puede pensar que los títulos académicos dan un estatus especial o que cada persona tiene conocimiento. Por eso la biodiversidad, las mujeres campesinas, los artistas y muchos más son mis maestros”.
La han comparado con Gandhi: él impulso una revolución de noviolencia, ¿cuál es la suya?
“Es una comparación inadecuada. Gandhi fue Gandhi. Soy solo una entre muchas mujeres activas que está diciendo que otro mundo es posible y alertar que la vida está siendo colonizada a través de la ingeniería genética, las patentes de propiedad y la destrucción de la biodiversidad. Mi trabajo lo inspiran dos dimensiones de la revolución de Gandhi: el concepto de swaraj, que significa auto-organización o libertad, yo trabajo por el swaraj de la semilla, así como lo hizo Gandhi con sus telares y no ser esclavizados por los británicos; y su segundo regalo es la satyagraha, que significa la fuerza de la verdad o luchar por la verdad para decirles a compañías como Monsanto que ellos no inventaron las semillas y que no las vamos a aceptar, como hizo Gandhi frente al monopolio de la sal y marchó hacia el mar”.
¿Cuál es su percepción de Colombia?
“Me han inspirado varias cosas como que sea privilegiado con el regalo de ser un centro de la megabiodiversidad, y por eso tiene una gran responsabilidad; y que los campesinos, en 2013, impidieran una ley que convertía en ilegales semillas locales”.
¿Y sobre Medellín?
“Veo que aquí se habla mucho del transporte (la movilidad), pero debería pensar que el metabolismo de una ciudad gira en torno a la comida: si los niños se alimentan bien, tendrán abundancia de salud, pero si consumen comida chatarra, tendrán abundancia de obesidad”.
*Con apoyo en traducción de Clara Pérez Pineda