Del universo de cuestiones que se relacionan con la producción popular y con las oportunidades de construir futuro personal y comunitario a través del trabajo, hay dos temas de actualidad que me interesa vincular: la salida a la estafa Vicentin y la polémica generada a partir de declaraciones descalificatorias de Chiche Duhalde sobre el papel de las organizaciones sociales.
Allí confrontan de manera explícita e implícita más de una mirada sobre valores básicos de una comunidad. Uno, el rol del Estado; otro, la manera de superar la pobreza.
En el caso de Vicentín, el gobierno nacional entendió que la magnitud del descalabro generado por una gestión privada para nada confiable impide categóricamente salidas en que los propietarios intervenidos puedan tener algún papel activo y por eso eligió la expropiación. Prudente e impecable actitud. A medida que la intervención prospere será el momento de diseñar las formas de utilizar la condición de empresa testigo que tiene el conglomerado. Desde otros espacios, que incluyen al Gobierno de Santa Fe, a expertos agropecuarios del socialismo provincial, a voces influyentes como la de Roberto Lavagna, ni que decir de la Sociedad Rural o Confederaciones Rurales, se reniega de la capacidad del Estado de operar la empresa. Se va desde proponer que alguno de los grupos privados interesados se haga cargo, cualquiera sea su nacionalidad, a la participación de cooperativas agrarias en la sociedad y en la gestión, o recomendar una acción de oro para el Estado, con poder de veto sobre temas a pautar.
El abanico de propuestas discute quién será el dueño y quien gestionará. No para qué se gestionará. Aquí no parece necesario discutir: es para ganar dinero.
Sigamos la idea. ¿Quién podría ganar dinero? Pues los dueños futuros…
Pregunta inocente: ¿Y a los demás qué nos importa, entonces? Esto se puede contestar desde la mirada macro, señalando que nos importa que no se evadan ingreso de divisas ni impuestos; que no se fugue divisas a paraísos fiscales; que los trabajadores conserven sus ingresos; que los proveedores no sean defraudados. Y la vida irá.
Hasta allí, será recuperar la empresa. Seguiremos comprando aceite y harinas a precios que se desprenden de cotizaciones de sus materias primas en Chicago o Frankfurt. Seguiremos exportando harina de soja e importando concentrados proteínicos fabricados con ella, para consumo humano, de Estados Unidos. Seguiremos sin recuperar lecitina de soja y sin producir ninguno de los muchos insumos industriales que se derivan de ella.
Podría no ser así. Podríamos inducir desde Vicentín la siembra de girasol y de trigo con rentabilidad a definir, sin depender de los valores de exportación, para abastecer industrias que atienden el mercado interno y que podrían vender mucho más barato sin perder rentabilidad. Podríamos promover pequeñas plantas de extrusión de soja, reemplazando tecnología china, para producir alimentos balanceados en Chaco o Corrientes, que podrían así tener sus propios pollos y cerdos.
Podríamos incentivar al INTI y el Conicet para el desarrollo de tecnologías de escala media para concentrar proteínas de soja y así comer hamburguesas de calidad que no tengan insumos producidos a 7000 km. de distancia. Podríamos transferir tecnología de producción de biodiesel a pequeños productores de todo el NEA y NOA, para que obtengan su propio combustible agrícola, asistiéndolos técnicamente. Y así siguiendo hasta convertirse en un complejo dinamizador de la industrialización hacia atrás y hacia adelante, por la producción de bienes de capital y de productos con mayor valor agregado, que hasta ahora no se hacen.
En tal escenario, a todos nos importaría Vicentín, especialmente a los habitantes de todo el norte del país, porque mejoraría en forma directa y concreta su actividad cotidiana.
¿Eso pasará con cualquier gestión? Por supuesto que no. Ni siquiera está garantizado con una empresa pública.
Pero solo una empresa con hegemonía pública lo puede pensar y lo puede intentar. Por eso es importante que el primer paso sea conformar una empresa pública en el norte de Santa Fe, para luego armar todas las empresas mixtas subsidiarias necesarias, que consigan alcanzar las metas recién resumidas.
No será solo cobrarle impuestos y cambiarle los dólares a una Vicentín exportadora. Será, además, generar deliberadamente trabajo por decenas de miles en la región más postergada del país.
En simultáneo con este debate larvado y no planteado, Chiche Duhalde expresó su vocación de colaborar en la administración de la asistencia a los pobres, pero su imposibilidad de hacerlo por la presencia de organizaciones sociales que en realidad actúan como intermediarios políticos. Varios militantes de base le contestaron y algunos de ellos desde sus espacios de gestión, con silencios que dicen mas que las palabras, como los de Chino Navarro y Emilio Pérsico, máximos niveles del Movimiento Evita en el Gobierno nacional.
¿Qué se discute allí? La forma de administración de la asistencia a los pobres. Chiche cree en su método de hace 20 años y sus sucesores en los suyos actuales. Sin necesidad de incursionar en las demandas éticas, que nos distraerían, lo que una y los otros nos confirman que los pobres siguen estando allí. Estaban en el 2002, había la mitad en el 2015 (la misma proporción nacional que en el 2000), subieron hacia 2019 y siguen subiendo por la crisis global.
Estamos discutiendo cómo arrimar un plato de comida a cada compatriota que lo necesite. Es necesario y valorable. En los 25 años desde que Chiche creó las manzaneras, mientras tanto, empresas como Vicentín definieron un perfil productivo para la Argentina, en este caso con socios multinacionales y en otros casos sin siquiera socios argentinos; limitaron la perspectiva productiva argentina; primarizaron cada año un poco al país. Nosotros – los miembros del campo popular – discutimos hasta la exasperación como seguir distribuyendo comida, reclamando a los gobiernos dinero para comprarla, o para montar comedores populares, o para darle a las iglesias, a centenares de ONG y a quien tuviera buena voluntad de dar de comer. Y las Vicentín siguieron creciendo y aumentando el número de pobres.
Nunca dimos en el clavo para generar trabajo suficiente.
Tal vez sea el momento de enfocar la lente. Los changos del norte – palabra musical hermosa es chango y ni te digo cuando es changuito – se merecen que la nueva futura empresa señale el camino. Por eso la expropiación.
Simultáneamente, necesitan que Chiche y el Chino y todos los que se comprometen con los humildes piensen de verdad en la relación entre trabajo y vida digna, le den forma concreta y discutamos el cómo. La asistencia alimentaria debe ser alguna vez realmente transitoria, porque a la par esté creciendo la esperanza, con forma, sonido, hasta con aroma de vida nueva.
Enrique M. Martínez
IPP / 17-6-20