De la tribuna al césped

Hace medio siglo en la Argentina existían partidos como la Democracia Cristiana, el Socialismo en varias variantes, el Comunista en otras varias facetas; partidos provinciales con larga historia como los Demócratas mendocinos, los Bloquistas sanjuaninos, los Socialistas santafesinos, los Populares neuquinos. Con diversos matices, cada espacio podía reivindicar un proyecto y una razón para su identidad.

Hasta había internas en el peronismo, que representaban opciones ideológicas, no solo la puja por los cargos electivos.

Tenía vigencia la representación parlamentaria proporcional, que alentaba la continuidad de esas diferenciaciones.

Todo eso se fue convirtiendo en recuerdo. El panorama político se fue simplificando y agrietando a la vez.

Primero, ante todo, los golpes militares y el genocidio cambiaron la matriz productiva y buena parte del marco legal, para que cuando volviera la democracia, llegará con una pesadísima mochila neoliberal. Leyes como la del sistema financiero y la de inversiones extranjeras fueron el núcleo fundante, no modificado hasta hoy.

El fracaso del gobierno de Raúl Alfonsín, no solo dejó la puerta abierta de par en par al neoliberalismo y su receta de ajuste, sino que destruyó simultáneamente al radicalismo como opción de gestión y al peronismo histórico como bandera de transformación, ya que todo el sistema político del país quedó a la defensiva frente al arrollador dominio de las finanzas internacionales y de las filiales corporativas globales controlando buena parte del comercio internacional y de la producción industrial.

Fue simple entonces conseguir la primera mutación del nuevo período democrático: un gobierno con título peronista y gestión neoliberal. Fue traición, pero no se puede simplificar el momento histórico atribuyéndolo a un pequeño grupo que giró 180 grados en su camino. Ya Ricardo Zinn había sido ministro de economía en la sombra de Celestino Rodrigo en 1975, como señal de la posible infección. En la década de 1990, buena parte de la conducción política de la gestión menemista estuvo a cargo de dirigentes que se reciclaron con comodidad a partir de 2003 cuando le tocó gobernar a otro candidato elegido por ser peronista.

El período sirvió para ajustar el marco normativo, ingresando la ley de minería, el andamiaje de concesiones petroleras, la administración privada de la distribución de energía, la desaparición de la flota mercante y del sistema ferroviario de cargas, la transferencia del sistema de comunicaciones a un oligopolio extranjero. Sobre todo eso, la entronización de las finanzas y la economía bimonetaria como reglas de vida en el país.

Tan enorme deterioro de la soberanía política y de la independencia económica, convirtió a los reclamos – junto con la intención política de escucharlos – de justicia social en pedidos de auxilio de náufragos a la deriva. No hay sorpresa alguna, sino reflejo previsible, en que la consigna de Néstor Kirchner fuera construir un país normal y dejara entender con su gestión que se buscaba que nos dejaran respirar; que pudiéramos pagar algo menos de deuda y gastar algo más en comer, vestirnos y hasta soñar con la casita. Un país normal era – y buscó ser entre 2003 y 2015 – un país en que los decisores económicos pudieran seguir siendo los mismos que la metamorfosis 1966 – 2003 definió que fueran, con un Estado en condiciones de limitar la fracción de nuestra sangre que se devoran cotidianamente. En una serie de Netflix podría llamarse: Negociar clemencia.

Las leyes condicionantes llegaron a 2015 sin modificaciones y en plena vigencia, sin siquiera proyectos para modificarlas, ni desde el oficialismo de entonces ni desde alguna minoría ilustrada y voluntariosa. Solo se sumó al escenario una ley de medios de comunicación, notoriamente armada para controlar al potente arsenal de medios neoliberales, pero siendo coherentes con la mirada económica, sin ninguna disposición ni ejecución práctica de relevancia que señalara la posibilidad de construir un sistema alternativo.

No era irremediable, pero pasó a ser posible un triunfo neoliberal, sin necesidad de chantajear a gobiernos con intenciones populares, para desvirtuar sus objetivos. Sucedió.

Llegado a este momento histórico, era imaginable que los cambios de gestión fueran para desembarazarse de algún límite que el gobierno anterior hubiera dejado. Fue simple. Desarmar la ley de medios, subordinar netamente la política de YPF al interés privado y finalmente, en una mezcla de iniciativa política e inmensos negocios privados, volver a poner la deuda externa como gran cerrojo de probables iniciativas con algún grado de soberanía. En ese marco, llevar al paroxismo los negocios privados con bienes públicos, hasta con los maceteros de las plazas.

Un descalabro y malandrinaje de estas características no soporta un examen electoral. Su mejor desempeño fue condicionar a las fuerzas populares para que realizaran alianzas muy amplias, que metieron dentro de la coalición vencedora los que desean controlar a los neoliberales, los que desean retocar ese control, los que desean simular que retocan ese control y hasta quienes lisa y llanamente son soldados gatopardistas.

Es ilusorio esperar que en tal contexto tenga influencia una fracción que intente recuperar un pensamiento transformador, que ponga el carro histórico en su lugar y recuerde que el valor esencial del peronismo de 1946 a 1955 fue justamente la capacidad de soñar una Argentina nueva y comenzar a construirla.

¿Qué hacemos entonces?

¿Nos dedicamos a pensar y concretar estrategias para ganar – diría no perder – elecciones, sosteniendo que sin acceso al poder no hay cambio posible?

Puede ser…

Pero es una pregunta sin respuesta definida. ¿Cuál es una estrategia válida para ganar elecciones?

¿Será la que apele a aquello que llamaríamos “manipulación buena”, en la que usando los medios masivos a nuestro alcance, consideramos el escenario electoral como eso – un escenario –, donde la política construye un relato que haga creíble nuestros candidatos y denigre a los otros?

¿Buscamos el aplauso o como segundo mejor, la resignación a apoyarnos?

¿O de manera diferente, sin subestimar ni despreciar la psicología de masas, nos aplicamos a entender que quiere decir en 2021 concretar la soberanía política, la independencia económica y la justicia social, entendiendo que esas tres banderas siguen plenamente válidas, aunque se han vaciado de contenido y éstos deben ser recuperados?

Supongamos, que le damos valor a esto, esperamos que alguna fracción de la variopinta coalición gobernante se ocupe de ello y después estamos dispuestos a prestarle atención a sus conclusiones.

¿Cómo se piensa tamaño problema?

¿Se elige el camino más corto, se les pasa el plumero a las medidas centrales del peronismo 46/55 y pasamos a sostener como necesarios el IAPI, la nacionalización de los depósitos y tantas acciones similares que podemos rastrear en la historia? Diría que conocer y valorar la historia es imprescindible. Pero repetir un pedazo – el que un gobierno argentino pudiera reescribir – en un contexto global que ha sufrido cambios de enorme magnitud, para apresurado y seguramente imprudente.

La tarea exige volver a fojas uno y volver a definir los tres caros conceptos, con su representación social e institucional actual. Esa tarea – de por sí monumental – culminaría fijando mitos refundantes: como viviríamos en un auténtico país justicialista en el siglo 21.

Ahora bien, ¿cómo se hace eso? ¿Se busca 30 o 40 pensadores respetados y se los financia dos o tres años para que lo hagan?

Sería el camino sugerido por nuestra educación meritocrática y las infinitas escaleras al éxito que el sistema construye a cada momento. Nosotros creemos en otra estrategia.

Sostenemos que hay una sola cosa a consensuar masivamente y de manera casi instantánea: que creemos que es válido sostener la necesidad imperiosa de contar con la actualización doctrinaria y de gestión alrededor de la figura de las tres banderas.

El paso siguiente, sin embargo, no es ni por asomo escribir las conclusiones, con toda la acumulación de capacidad intelectual que se pueda acopiar.

En cambio, es someter la cuestión al debate conceptual de las decenas de miles de círculos de reflexión que se pueden constituir alrededor de esta inquietud en todo el país. En paralelo, como condición necesaria, estar atentos a facilitar elementos para que algunas conclusiones prácticas que estén al alcance de comunidades específicas, se puedan llevar a la práctica.

Sería algo así como una convocatoria TOD@S A PENSAR.

Dejar de ser espectadores en la tribuna y bajar al césped a jugar miles y miles de partidos, hasta converger en los conceptos estructurales que le renueven la sangre a esta Nación.

Mientras tanto, habrá elecciones con candidatos auto proclamados; el FMI nos seguirá jodiendo y algunos se deberán quedar sin dormir para frenar sus andanadas; el paquete de leyes generadoras de pandemias económicas seguirá en vigencia y tantos otros dramas.

Pero dejaremos de considerar que nuestra misión política es evitar que La Serenísima siga aumentando la leche o es tratar que los poderosos no fuguen su dinero, para lo cual distorsionamos todo el sistema de financiación argentino. Pasaremos a pensar controles y regulaciones, pero después de definir el sistema de vida deseado y cómo se promueve su funcionamiento.

¿Quién llegó hasta aquí cree que esto no es viable? Eso quiere decir que no cree en sí mism@. Porque la propuesta es íntegramente de abajo hacia arriba. Empieza por la necesidad de justificar nuestro propio tránsito por este mundo. Con todo afecto, ruego advertir eso.

Salute

Enrique M. Martínez

Instituto para la Producción Popular

23.6.21

Comentarios

  • Juan Carlos Sonder

    Buenas noches Enrique.
    Coincido en la idea central.
    Considero, que uno de los problemas más serios que tiene hoy nuestra sociedad, y especialmente, los que estarían en condiciones de promover los cambios necesarios desconocen al País.
    El cambio más perverso ha sido el educativo.
    Tengo para mí que Argentina es un país que contiene pequeños países por regiones, que deben ser atendidos de modo particular para poder acceder al éxito de algún modelo productivo.
    La base social debe ser estudiada con visión antropológica para diseñar las conducciones pertinentes para cada región.
    Gracias por la posibilidad de expresarme.
    Un abrazo



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