Desde los comentarios radiales de Enrique Santos Discépolo en la década del 50 pasada, siguiendo por los escritos de Arturo Jauretche, hasta el refuerzo contemporáneo que emerge de la evidencia de un voto importante de ciudadanos contra un gobierno que objetivamente los benefició, se está convirtiendo en lugar común asumir que cuando los sectores más humildes y los sectores medios elevan su calidad de vida, se hacen más conservadores o al menos, más negadores de la importancia del Estado en su mejora de vida.
Muchos hemos hecho hincapié en esto. Cristina Kirchner también ha incorporado esta idea a su diagnóstico político.
Sin embargo, me parece que estamos describiendo parte de la verdad y sacando conclusiones equivocadas.
Estamos describiendo conductas cuya causa no asignamos, o en el mejor de los casos, las imputamos a la naturaleza humana, que sería ingrata, individualista y otros males similares.
En ese camino, dejamos de lado al menos dos elementos:
1 – Que la organización del Estado, aquí y en gran parte del mundo, ha reducido casi por completo la participación ejecutiva de los ciudadanos. Hay Síganme perversos y Síganme con buena intención, pero la dirigencia política reclama el derecho de hacer y la obligación de los ciudadanos de reconocer lo hecho. Es complicado – hasta voluntarista – esperar que los compatriotas consideren positivo asignar a un gobierno sus mejoras personales, sin considerar y sin agigantar su propia responsabilidad en ellas.
2 – Los sectores de poder conservadores y reaccionarios desarrollan desde hace más de una generación una acción sistemática de manipulación de masas, para romper todo vínculo entre los ciudadanos y el Estado; para reforzar una subjetividad en que el Estado es una molestia y no un beneficio. Eso ha formado parte de una estrategia alternativa al ejercicio directo del poder, cuando consideraron – hace 70 años – que era inexorable que no accedieran al gobierno por elecciones. Esto es tan agudo que convirtió el gobierno actual en un ámbito esquizofrénico, que se legitimó por elecciones y a la vez descree del Estado.
La falta de participación popular y el descrédito de la acción pública, como factores combinados, entorpecieron enormemente la formación de una conciencia nacional y popular durante el gobierno kirchnerista y lo volverán a hacer si es que no advertimos esta cuestión y desarrollamos una estrategia clara, profunda y diversificada para resignificar la acción colectiva como el único camino de mejora social sustentable.
Ocupémonos
Enrique Martínez 26/11/2018
Patricia Laria
Grande Enrique
Excelente análisis