La Argentina que vendrá

Por Enrique Mario Martínez

Hemos venido desde Buenos Aires, cuatro personas en un coche, todos apoyamos la candidatura de Jorge Taiana a la presidencia. Y la pregunta que nos hicimos durante todo el viaje fue cuál puede ser nuestro mejor aporte, qué podemos hacer para que los compañeros que asisten a una reunión de este tipo, mejoren su capacidad de aprehender, asir, tomar la realidad, y analizarla con sus propios elementos. Ese es el mejor esfuerzo que consideramos que podemos hacer, a un año de elecciones muy importantes.

La primera reflexión, que me parece que es una idea fuerza que ustedes deberían llevar, es que Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Fernando de la Rúa y Néstor Kirchner; comenzaron sus gobiernos en situaciones altamente traumáticas por diversos motivos, desde la salida de la dictadura genocida, pasando por la hiperinflación, o por la otra presión a punto de explotar por la salida de la convertibilidad, o la devaluación enorme del 2002 y el default. Nos enfrentamos al quinto cambio, no en lo institucional formal, porque a Néstor Kirchner lo sucedió Cristina, que fue reelecta; es el quinto cambio de proyecto, pero el primero que no tiene un helicóptero esperándolo o un incendio al cual hay que apagar.

Si hacía falta una demostración de que estamos ante una evolución política, económica y social, distinta de todo lo sucedido desde 1983, hay que analizar con cuidado el intento que se dio en enero de este año, cuando se forzó la devaluación y el estado de ánimo general era que nos quedábamos sin reservas, que había problemas de todo tipo. Incluso se mencionó explícitamente la necesidad de acortar el período presidencial. El hecho de haber eliminado-con sus más y con sus menos-  esa situación de la conciencia colectiva,  y estar transitando un espacio donde hay multitudes de razones para quejarse, pero también está la conciencia de que no hay un escenario de precipicio por delante, indica que el análisis que tenemos que hacer hacia el futuro es diferente.

Las decisiones que se tomaron para que Alfonsín, Menem, De la Rúa y Néstor Kirchner fueran presidentes, son distintas de las que seguramente el conjunto de la ciudadanía va a tener en cuenta para el 2015. Se podría decir, mirándolo desde el lado absolutamente optimista, oficialista, que no sólo no existe ese precipicio sino que, además, se eliminó prácticamente la deuda externa en divisas en manos de extranjeros, aumentó el número de jubilados, apareció la Asignación Universal por Hijo, se recuperaron los fondos de las AFJP. Se pueden enumerar muchas cosas muy importantes.

En consecuencia, vamos para adelante. Hasta incluso es posible que el Frente para la Victoria gane las elecciones y entonces se trataría de un cambio de nombres, sin cambiar el proyecto. Esa es una variante. Pero es una variante que invitaría a la contracara del bombero. Es decir, si no hay ningún incendio que apagar, vendamos el camión de bomberos.  Y no es así, tenemos la obligación de advertir que no hay ningún incendio que apagar, pero que hay problemas para resolver.

El salario real

¿Cómo se descubren cuales son los problemas para resolver? ¿Preguntándole a la gente qué le preocupa, y entonces empezamos a anotar: la seguridad, la inflación, las cosas que le molestan al ciudadano común? Ese sería un camino, pero un camino poco estructurado.  Yo quisiera invitarlos a tomar como idea fuerza el siguiente camino: el objetivo explícito y vocacional del Gobierno ha sido mejorar la condición de los sectores populares. Se dijo que el crecimiento de estos diez años se basó en el acuerdo en el mercado interno, en transferir ingresos a los que menos tienen. No sólo a los trabajadores sino que apareció un Estado de Bienestar como nunca tuvo antes al Argentina.  Ni siquiera en el gobierno peronista del 46. Hubo una masa de transferencia a los que menos tienen que en estos momentos supera el 10 por ciento del Producto Bruto nacional.

¿Cómo se compatibiliza un Gobierno que consiguió crecer, que consiguió recuperar los fondos de las AFJP, que casi eliminó la deuda externa y que armó ese estado de bienestar tan importante con el hecho de que nuestro salario real promedio todavía es menor que en 2001? Y, si lo miramos con lupa, es menor que el de 1974. En 1974, el salario real promedio argentino fue el mayor registrado hasta ahora en la historia. Pasaron 40 años del mayor salario real ¿cómo es eso?

Alguien podría decir: “El Gobierno no quiso”. Pero si hizo todo lo demás, quiere decir que el Gobierno quiso mejorar el salario real, no aspirando a llegar a un valor como el de 1974, porque desde el 74 a 2001 hubo un deterioro por diversas razones, pero por lo menos deberíamos haber superado el salario real de 2001.

No lo hicimos, estamos algo por debajo. Por qué mejoró todo lo demás, pero no el salario real  y lo asociado. Seguimos teniendo casi 40 por ciento de salario en negro, tenemos 8 por ciento de desocupación, tenemos provincias con apenas el 30 por ciento de Población Económicamente Activa, como el Chaco y Formosa. El Chaco tiene 30 por ciento de PEA, una cifra que debería ser superior al 50 por ciento. Más del 50 por ciento de la población debería estar trabajando o buscado trabajo. En el Chaco, es el 30 por ciento; en Formosa, es el 32 por ciento. En Capital Federal, que es el lugar donde más PEA hay, es el 56 por ciento ¿Por qué pasan esas cosas? ¿El Gobierno no quiso, no pudo o no encontró las razones de fondo que generan esa situación? La respuesta que yo pretendo inducir es que este Segundo Tomo del que hablamos pasa por explicarnos por qué pudimos hacer tantas cosas de importancia social, por qué creció la economía como creció a tasas cuasi chinas durante varios años, y por qué el salario real es menor que el de 1974. Todo eso tenemos que explicar.

La explicación que aparece, necesita que identifiquemos algo que muchas veces pasamos de largo: tenemos una economía en la que el 70 por ciento de las 500 grandes empresas son filiales de empresas multinacionales. Donde sectores claves para el país, como la exportación agropecuaria, están en manos de empresas multinacionales.  O, más clave aún desde el punto de vista del bolsillo de todos, es altamente probable que la mayoría de los bienes de consumo que compramos todos los días se los compremos a una empresa de origen extranjero. Los supermercados e hipermercados argentinos son- en su enrome mayoría- de capital extranjero y los nacionales están en una política de concurrencia de intereses con esas empresas.

¿Eso que tiene que ver con que el salario real sea menor que el de 1974? Si descubrimos esa vinculación, daremos un paso adelante en la mirada de lo que hay que hacer. Pensémoslo de la siguiente manera: a consecuencia de la presencia en la industria de filiales de multinacionales que controlan los sectores clave, las compañías multinacionales no vienen aquí a regalarnos salario real. Vienen a vendernos productos que nosotros consumimos y, con eso, generar una cierta ganancia.

La productividad

Las multinacionales están dispuestas a pagarles a sus trabajadores lo que se conoce como una relación uniforme entre la productividad y el salario. Si nosotros producimos como en Francia, están dispuestos a pagar el salario real de Francia. Producir, significa productividad, el valor agregado por persona ocupada. Si producimos menos, nos van a pagar menos. Porque les conviene trabajar en otro lado donde la productividad sea mayor. Buscan maximizar la productividad en relación al salario.

Argentina tiene una productividad media que es el 30 por ciento de la productividad de Estados Unidos, o Australia, o Italia, o Francia; que tienen productividades bastante parecidas y son casi tres veces superiores a la Argentina ¿Es un problema argentino? No. La productividad argentina es casi igual que la de México o Brasil.  El mundo periférico, el mundo dependiente, el mundo donde las multinacionales son hegemónicas, es un mundo que tiene una productividad media mucho menor que el mundo central. Por lo tanto, tiene salarios reales menores como condición para que las empresas produzcan aquí.

¿Por qué las empresas no intentan aumentar la productividad y pagarle más a la gente? No lo intentan porque en ningún caso hay un laboratorio de investigación y desarrollo o una preocupación por organizar la producción de una manera distinta de la que da el medio argentino. Ninguna empresa multinacional tiene laboratorio de desarrollo e investigación en la Argentina, y es más, en esta modalidad de reducir los costos, hay grandes corporaciones que han hecho raíz por toda Latinoamérica buscando el país donde instalar su base de investigación regional, lo hicieron General Electric, General Motors; pero ninguno se quedó.  Porque en términos de costo les convinieron hasta ahora países como Colombia, Brasil o Chile.

Lo concreto es que investigación y desarrollo, no hay. La vocación de mantener a los proveedores de los componentes o subconjuntos más sofisticados donde siempre lo compraron, es una política que quita aquí la posibilidad de mejorar la productividad media al quitar los segmentos de mayor productividad. Baja así la posibilidad de una mejor retribución salarial, y se extiende eso a todos los sectores. Uno podría decir, qué tiene que ver eso con lo que paga el exportador de granos. El exportador de granos uniforma sus salarios con la corporación industrial porque seria tonto que pagara más si el salario de referencia lo fija la corporación multinacional. Eso genera un vaso comunicante donde ese 30 por ciento de productividad global termina siendo el salario de referencia.

El ciclo permanente

Cuando se devalúa como se devaluó en 2002, la productividad no cambia, lo que cambia es el costo en dólares para las multinacionales, que se reduce enormemente. Entonces aparece una brecha de ganancia muy interesante para esas empresas, que hace que les resulte conveniente aumentar los salarios año por año, porque, en todo caso, buena parte de los que fabrican lo venden acá. Si aumentan los salarios, aumenta el poder adquisitivo, la gente consume más y todo va mejorando ¿Hasta cuándo? Hasta que el salario con respecto a la relación internacional, supera el 30 por ciento del salario real del mundo. En ese momento, empieza la tensión porque a la multinacional  lo que le interesa es presionar para volver a devaluar, o trasladar  a la inflación la presión de la paritaria. Una paritaria en 2004, 2005, cuando se venía de la devaluación era dulce. No había problemas en mejorar el salario real, pero cuando se llegó a un nivel un poquito por debajo del 2001, la pelea pasó a ser: “Aumentame para recuperar lo que perdí con la inflación del año pasado”.

Esa es la situación de hoy. En lugar de aumentar salario real, se está aumentando el salario nominal para recuperar lo que la inflación se llevó. Se lo llevó, porque las multinacionales tienen la facultad de fijar los precios en el sector. Entonces, en lugar de aumentar el salario real, hay inflación. En estos diez años, la productividad de la economía creció 9 por ciento. Si estuviéramos en Corea del Sur, los salarios hubieran aumentado un 9 por ciento, porque en los últimos 50 años, en Corea del Sur, los salarios aumentaron lo mismo que la productividad media. Ese fue el secreto de conseguir coparticipar a los trabajadores en los beneficios de la tecnología.

En la Argentina, ese aumento de la productividad del 9 por ciento se lo quedaron íntegramente las empresas. No lo reparten, y cuando llega el momento de la discusión pesada que viene dándose en los últimos años, el trabajador viene desde atrás. Y, adicionalmente, aparecen las presiones sobre las divisas.

Cuando llega el momento de la puja distributiva, se genera un clima de malestar social que hace que la corporación que puede sacar divisas del país, lo hace. Arrastra así al chiquitaje que también considera que el dólar es un seguro de valor respecto de la inflación y compra la cantidad que puede. Las multinacionales lo hacen a través del comercio exterior, subfacturan exportaciones y sobrefacturan importaciones. Y ahora quedó claro que las corporaciones nacionales  mandan el dinero a Suiza. Porque las multinacionales no mandan la plata a Suiza, la mandan a la casa matriz. Todas las cuentas que se han descubierto en Suiza son de actores nacionales.

Lo que intento es que vinculemos lo que es una debilidad, frustración, elemento para quejarse respecto de la política 2013-2014, esto de decir tanto jubilado, tanta computadora a los pibes, tanto recuperar el dinero de las AFJP, tanta Asignación Universal por Hijo; y el salario real todavía es menor que en 1974. En lugar de asignar eso a una responsabilidad de gestión -como si un funcionario pudiera apretar el botón para un lado o para el otro y pensar que apretó el botón equivocado y no aumentó el salario real-, tenemos que entender que la razón por la que el salario real cíclicamente baja y vuelve a subir, pero siempre queda un poquito por debajo de antes, es porque dependemos de corporaciones multinacionales, que ganan cuando el salario real bajó por la devaluación, recuperan ganancia acompañando a los trabajadores cuando recuperan su salario real, pero en el momento en que llegamos al 30 por ciento, empezamos de nuevo. Ese serrucho hace que en el integrado de cuarenta años, ganen siempre ellos.

La salida

¿Cómo se resuelve? ¿Cómo podemos hacer la gran racinguista de volver a ser campeones? No queda otra que entender que debemos aumentar la productividad media y para aumentar productividad media debemos adquirir la mayor autonomía posible de las multinacionales. Eso se disemina por el pensamiento económico y social, desde el compañero preocupado  por el Prohuerta, que debe pensar en mecanismos que lleven a que los más pequeños productores tengan el apoyo estatal y comunitario para llegar a sus consumidores, hasta la sofisticada problemática de sentarse en una oficina a entender cómo nos sacamos de encima la dependencia de las multinacionales automotrices. De extremo a extremo.

Estudiar la cadena automotriz es un imperativo para recorrer el camino de liberación, de reducción de la dependencia de las corporaciones multinacionales. Ese camino pasa por descubrir cómo es el funcionamiento de las cadenas de producción en los países donde las empresas multinacionales son hegemónicas. Y entender que en ésta diseminación por el mundo que han hecho los electrónicos, las automotrices, buscando la reducción de costos, se quedaron con los segmentos absolutamente claves.

Esos segmentos clave se han reducido a la marca, el marketing, dos cosas difíciles de remplazar, porque no podemos construir un Ford o un General Motors como marca nacional de un día para el otro. Pero sí hay que apuntar al tercer componente, que es el diseño. En este momento es enteramente imposible que alguien pueda decir fehacientemente dónde fue construido un televisor, una computadora o un celular que compramos de cualquier marca. Las multinacionales controlan el diseño y la distribución y con esos elementos se diseminan por el mundo, en sistemas diversos, desde empresas que se hacen cargo de la producción integral hasta ensambladurías como las de Tierra del Fuego, que dolorosamente dependen de alguna empresa que les arma el kit y le vende hasta los tornillos en una bolsita.

Esto en la electrónica ya viene desde hace muchos años y en la industria automotriz fue creciendo progresivamente. Hoy hay multitud de situaciones donde las empresas, aún las de grandes marcas, se concentran en el diseño. Comenzar a hacer autónoma a la Argentina en ese plano, es complejo. Con todo lo difícil y desafiante que es el tema de la agricultura familiar, es mucho más fácil de resolver en el sentido de que si existe el compromiso social y la claridad política de que hay que hacerlo, finalmente se hace. En el otro caso, estamos discutiendo, aún dentro de espacios como el Evita, si se puede hacer un auto nacional o no.

Y tenemos que empezar por decir qué es hacer un auto nacional. Porque acabamos de discutir hace dos meses qué es hacer un satélite nacional. Nos decían: “Pará, compraron cosas en Australia, compraron cosas en Alemania, eso no es un satélite nacional”. No es cierto.  Es un satélite diseñado en la Argentina, y los propietarios del diseño, vale decir INVAP, decidieron dónde compraban componentes en su conjunto. Algunos porque convenían económicamente, otros porque por razones de tiempo era más sencillo comprarlos que desarrollarlos acá. Pero lo decidió el dueño del diseño, y el dueño del diseño es el que le da la nacionalidad al producto.

Si nosotros tenemos el diseño de un auto nacional, aún cuando licitemos la fabricación y lo termine haciendo Toyota, será un auto argentino. Esto es válido para cualquier otro producto. Ese es el camino de la autonomía productiva. Ese camino no es necesario por razones chauvinistas, ni para cantar el himno a la mañana en Toyota en lugar de ver cómo hacen gimnasia los japoneses.

Es necesario porque no hacerlo condiciona una cadena de relaciones económicas y sociales que llevan a que el salario real no supere el 30 por ciento del salario internacional, que no tengamos capacidad, por más voluntad que haya de asistir a los que menos tienen. En consecuencia, la dificultad por autonomizarnos técnica y económicamente de la dependencia multinacional, genera una secuencia de pobreza relativa de la cual no nos podemos liberar.

En los momentos de más éxito, con un Gobierno absolutamente comprometido con los sectores populares como éste, llegamos a un cachito menos de 2001. Si en el 2015 apareciera un esquema regresivo, en definitiva lo regresivo consistiría en mantener la estructura productiva, volver a devaluar generando esa brecha de ganancia que les permite a las multinacionales ganar y esperar que dentro de cuatro o cinco años se reproduzca la misma puja salarial. Eso es todo lo que tiene la propuesta regresiva por delante.

Una propuesta

La propuesta constructiva, la propuesta superadora, no puede quedarse en pedirles paciencia a los empresarios o a los trabajadores. Tiene que pasar por entender esta naturaleza profunda del problema productivo argentino y llevar a que en la coyuntura armemos un consejo que no sea del salario sino un Consejo del Salario, de los Precios y de la Productividad. Que asegure que se controlan salarios y precios a la vez y que, cuando se aumenta la productividad, se transfiere proporcionalmente s los trabajadores como corresponde. Eso lo tienen  desde Austria, Suiza, Corea del Sur, todos los países escandiavos. Todo país que encontró una armonía social mínima tiene ese consejo donde se discute todo en la misma mesa.

No es la desgraciada pantomima en que caímos en la Argentina, donde recuperamos las paritarias, que es un avance, pero los empresarios se quedan con las manos libres. Dan un 30 por ciento de aumento, pero después aumentan los precios un 50 y no hay nada que lo impida. En Suiza, eso no pasaría, ni en ningún lugar que tenga consejos de salarios, precios y productividad.

Simultáneamente a ese mecanismo de coyuntura, es necesario pensar la estructura de mediano y largo plazo, entendiendo que, o argentinizamos y desconcentramos, incorporando productividad, que es adecuadamente distribuida a los trabajadores,  o seguimos dando vuelta en círculo. Aún cuando tengamos la mayor vocación de Justicia Social, no lo resolveremos si no nos sacamos a las multinacionales de encima.

Santa Fe, 4 de diciembre de 2014         

 


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