El justicialismo siglo 21 y la producción popular (parte 2)

Por razones que se han resumido en la primer parte de este documento y que se podrían ampliar mucho más, una de las premisas que manejamos es que la estructura productiva actual es un freno objetivo para la construcción de una sociedad más justa. Esencialmente, el punto es que no se puede mejorar demasiado más la distribución de los frutos si no se modifica la forma en que esos frutos se generan.

Como esquema, se anotaron tres tipos de vacancias a cubrir:

  1. Las grandes empresas público privadas, que lleven adelante los proyectos que requieran escalas muy significativas, integrando a su propiedad a muchos miles de argentinos.
  2. Las redes de pequeñas y medianas empresas nacionales hacia las cuales se desplacen progresivamente producciones que hoy se realizan de manera incompleta, porque están hegemonizadas innecesariamente por filiales de corporaciones multinacionales.
  3. La producción popular encuadra todas las actividades – que pueden cubrir un muy amplio espectro – en que la obtención de bienes y servicios que la comunidad necesita es un objetivo que los actores ponen por encima del lucro capitalista, tractor del sistema vigente, instalado hoy en términos culturales y concretos. Un componente especialmente ausente de la subjetividad de los participantes de la producción popular debiera ser la apropiación de renta generada por otro eslabón de la cadena mediante herramientas simples de abuso de poder económico.

Los dos primeros aspectos necesitan un análisis metodológico pero no una justificación acabada. En efecto, cae de maduro que son tareas a concretar si es que se pretende argentinizar, desconcentrar y aumentar la densidad de las cadenas de valor productivas. El tercer campo – la producción popular – requiere más fundamento, por su mezcla de originalidad y heterodoxia que invita de entrada a preguntarse si no es simplemente una iniciativa voluntarista, con algún componente de sofisticación, de la cual se podría prescindir o al menos postergarla sin urgencias.

Sin embargo, la producción popular – sin su teoría asociada – ya existe de forma generalizada en la sociedad. Hay al menos tres tipos de producción popular.

Primer tipo: Los excluidos del capitalismo global, buscando su subsistencia dentro del mercado, en condiciones de inferioridad absoluta.

En este enorme universo se integran los agricultores familiares sin recursos y sin demanda ni permanente ni justa; los recuperadores de residuos urbanos, que realizan tareas de clasificación paralelas a las plantas de separación industriales, vendiendo luego los materiales a quienes les agregan valor; los artesanos que producen bienes que compiten con bienes de origen industrial; los productores domésticos de alimentos preparados o de indumentaria. En términos generales: Todo aquel que produce un bien final o componentes del mismo, concurriendo a un mercado normalmente abastecido por empresas capitalistas, con las cuales compite casi sin recursos.

Por supuesto no se puede afirmar que alguno de los actores económicos que integran este universo vaya detrás del lucro. Van detrás de una subsistencia digna, que la mayoría de las veces no alcanzan por esta vía, debiendo cambiar de actividad o pasando a depender de alguna forma de subsidio oficial.

La economía y los gobiernos en general han planteado la relación con este sector como asistencial, vale decir: ayudan a sus actores a sobrevivir, como una transición hacia formas más integradas al mercado, usualmente como trabajadores en relación de dependencia.

Hay una meta alternativa posible: diseñar e implementar modos nuevos de organización de los productores, para acercar su producto final a los consumidores eliminando intermediarios; para mejorar su tecnología y por ende su productividad; para defender mancomunadamente el valor de su trabajo. Cada situación amerita análisis distintos, pero es claro que estamos pensando en términos de producción popular; producción desde un ámbito comunitario, para satisfacer necesidades y con ello acercar a una vida digna a los que trabajen.

Segundo tipo: La provisión de elementos de infraestructura comunitaria, con participación de la propia comunidad, sin recurrir a una empresa proveedora única que abastezca a multitud de clientes.

El ciudadano medio es habitualmente ajeno a la producción o distribución de energía, la disponibilidad y calidad de agua potable, un sistema de tratamiento de efluentes domiciliarios, el procesamiento de los residuos sólidos. El sistema incluso lo ha alejado de participar en la construcción de la vivienda propia, tarea muy frecuente hace apenas medio siglo.

En el caso de la vivienda ha quedado demostrado en estos últimos años que no es suficiente con disponer de crédito para la construcción, aunque sea limitando su acceso a los sectores medios. Toda la cadena – comenzando por el acceso a la tierra – debe sustraerse de la lógica capitalista salvaje si es que se quiere recuperar el ejercicio de un derecho tan básico. Eso demanda una acción pública que lleve a recuperar tierra urbana o urbanizable a un valor como máximo de uso agrícola, para ponerla a disposición de quienes la necesiten. A partir de esa base, la producción popular de vivienda por cooperativas de autoconstrucción o de ayuda mutua es un espacio a recuperar, promover y consolidar.

En todos los otros ámbitos de infraestructura mencionados es posible alejarse de la mirada excluyente de un proveedor centralizado y la comunidad como mera usuaria. En muchos países se está dando esa situación, con la ayuda de cambios tecnológicos que apuntalan la vocación – especialmente de los sectores medios de la sociedad – de mejorar el control sobre aspectos económicos que definen la calidad de su vida.

El caso de la energía es el más rotundo. La aparición de la energía de origen solar o eólico en la matriz energética, permite a cada usuario participar en la generación de energía eléctrica o térmica, con celdas solares, molinos eólicos, calefones solares, además de las numerosas variantes hidráulicas o geotérmicas que están en permanente experimentación. El hecho trascendente es que pasa a ser posible la generación distribuida – en cada techo de una vivienda o en cada parcela de tierra -, con su utilización donde se genera. La producción popular de energía es hoy un hecho difundido en toda Europa, con aceptación o promoción diferenciada de los gobiernos, básicamente por los compromisos del poder político con los intereses de los grandes generadores concentrados. Pero más y más ejemplos dan cuenta de la organización comunitaria para atender la propia necesidad y transferir eventuales excedentes a las redes generales.

Los ejemplos para otros aspectos de la infraestructura son numerosos en el mundo. En Japón, es habitual el tratamiento de efluentes domiciliarios en plantas individuales o que procesan unas pocas viviendas, utilizando los líquidos residuales para riego. La tecnología es conocida y difundida y se la encuentra en Australia, Inglaterra y varios países más.

En el procesamiento de los residuos sólidos urbanos, para agregar un último ejemplo, la distancia entre nuestro sistema de empresas contratistas públicas, con una periferia de cirujeo y cartoneo, con respecto a la enorme gama de organizaciones comunitarias en ciudades del mundo, de toda dimensión, es enorme. La generación de energía a partir de parte de los residuos; la producción doméstica de compost; los sistemas de recuperación y reciclado con participación de todos los ciudadanos, tienen una diversidad y una eficiencia que es directamente proporcional a la capacidad comunitaria de concebir este espacio que estamos llamando producción popular.

En nuestro país las cooperativas de servicios públicos de las numerosas ciudades a las que abastecen de energía y de otros servicios son lo más cercano a este concepto, aun cuando normalmente tienen dos asignaturas pendientes importantes:

  1. Una plena participación de la ciudadanía en las decisiones.
  2. Una mayor autonomía en la generación de energía, por uso de las energías renovables.
Tercer tipo: Los sistemas de producción de bienes de consumo básicos (alimentos e indumentaria) por organizaciones donde el lucro es un concepto secundario.

Derechos humanos elementales, consolidados en textos constitucionales, como la alimentación, la vestimenta o la vivienda, han sido progresivamente bastardeados por un sistema económico global donde el lucro está por encima de los derechos individuales.

La producción popular justamente busca poner las cosas en su lugar.

Por supuesto que hay acciones gubernamentales que pueden ayudar a desconcentrar los mercados, favoreciendo la permanencia de las pequeñas empresas. Pero no es suficiente. Es necesario concebir sistemas que puedan ser permanentes y donde la concentración sea un hecho imposible o al menos altamente improbable.

Las organizaciones de Agricultura Apoyada por la Comunidad, que nacieron en Japón y se han diseminado por todo el mundo central, con más de 3000 grupos funcionando solo en Estados Unidos, son un ejemplo de esa transformación. Se trata de la producción – básicamente hortícola, pero extendida a pollos, huevos, pequeña lechería – financiada desde la siembra o eslabón equivalente, por grupos de consumidores que se consorcian a tal efecto y reciben a la cosecha productos por el valor aportado, sin intermediario alguno. Las variantes son muy grandes y el sistema se puede considerar consolidado, con teoría, seminarios, congresos y todo el entorno de las corrientes de pensamiento permanentes.

La ruptura de lo que a ratos parece una inexorable condena al trabajo de alta explotación de los costureros es otro ejemplo. La industria de la indumentaria es un sector muy estudiado, cuyo detalle no se puede presentar aquí. Lo concreto es que las barreras de entrada para trabajar allí son muy bajas, admitiendo la capacitación en plazos breves, con el otro aditamento que la diferencia habitual entre los costos de producción y los precios de venta – arrastrados en buena medida por la propaganda y la moda – son abismales.

Juntando los dos atributos, se concreta un mercado con enorme dispersión entre costo y precios y con muchos precios distintos para el mismo bien final, en función de los intermediarios que se van agregando hasta llegar al consumidor. Paradojalmente, hay una muy intensa presión a la baja salarial de los trabajadores, que los sumerge en la ignominia, con numerosos intentos fallidos de regular esa situación.

Pensando en términos de producción popular la salida aparece por la construcción de escenarios en los cuales los agregadores de valor – los trabajadores – se organicen en unidades productivas cuyo resultado quede a disposición de los consumidores finales. Los Estados de cualquier nivel de jurisdicción no han intentado esta vía con suficiente convicción, en buena medida porque no han podido romper la restricción conceptual de pensar la manufactura de indumentaria en términos capitalistas tradicionales, en lugar de pensarla – como alternativa – a cargo de trabajadores organizados que aspiran a brindar un servicio comunitario y a acceder por ello a una vida digna.

Conclusión

La producción popular, en los términos en que se define en este documento, tiene vigencia en varios ámbitos y en varios países del mundo, sin que se haya construido alrededor de ella una teoría económica precisa. Además de lo ya concretado, hay varios otros espacios de la actividad económica en que podría instalarse con ventajas claras para la comunidad y para los trabajadores involucrados.

En esta presentación se ha tipificado la producción popular en tres categorías, que abarcan una muy importante gama de tareas y que permiten entender las tres grandes razones por las que surge o porque debe promoverse esta manera de organización productiva. No se intenta, de ninguna manera, reemplazar toda forma de organización por ésta. Es más: se señala que se debe prestar atención a otras dos formas – grandes empresas público-privadas y redes de pequeñas empresas – que son aplicables a situaciones específicas, pero en conjunto las tres modalidades son las que deben profundizarse para superar el desafío de liberarnos de la inercia concentradora hegemonizada por las filiales de las corporaciones multinacionales.

Es imposible ser demasiado reiterativo con esto: Si las multinacionales hegemonizan nuestra evolución económica, aparecen límites claros a la equidad, a la inclusión, a la integración productiva territorial, a nuestra calidad de vida presente y futura, en suma.

IPP/ 2.6.15

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