La gran China

Para quienes simplifican la vida a cada paso buscando imágenes del pasado que expliquen el presente, conviene empezar aclarando que el caso de China no tiene antecedente alguno en la historia del capitalismo moderno.

En efecto, es la primera Nación que instala  una hegemonía visible y creciente, sin guerras de conquista o dominación
de por medio y sin un poderío militar que represente una amenaza para quienes se han colocado en la escena basados en él. La hegemonía china se fundamenta hoy en su capacidad de producción de todo tipo de bienes industriales y – como contracara – en su demanda dominante de alimentos, minerales, combustibles, a escala global. Es una presencia económica inexcusable en el mundo, con una autonomía tecnológica, productiva y financiera que no tiene antecedentes y que le permite tejer pacientes acuerdos por todo el planeta para contar con las materias primas que no dispone, a pesar de su inmenso territorio.

En ese horizonte estratégico, se inscribe desde la participación china en grandes corporaciones norteamericanas o europeas hasta la colonización de nuevo cuño de inmensas superficies de África, que pasan a producir granos o biodiesel para la nueva potencia. Estados Unidos, con una lógica militar clásica, apoyó la expansión productiva china durante décadas para que sus corporaciones aprovecharan su trabajo barato, mientras tomaba por asalto países petroleros, bloqueaba toda autonomía latinoamericana y pensaba en África como nueva fuente de mano de obra cuasi esclava para sus redes industriales. No funcionó como los manuales imperiales marcaban.

China es hoy, por tanto, otro modelo hegemónico, diferente de todo lo conocido y, si se quiere, más amigable. En África, Asia, Latinoamérica y me animo a pronosticar, hasta en países como Grecia, pasa la gran ambulancia china levantando heridos y ayudándoles a construir una vida mejor de la que el FMI y sus mandantes le reservaron, aunque encuadrada en las necesidades globales del gigante.

La relación de Argentina con ese país hay que pensarla en el marco expuesto. Nuestra asociación estratégica es una de las decenas que debe haber firmado nuestro socio y seguirá firmando en los próximos años con otros tantos países.

¿Qué quiere de nosotros?  Alimentos a medio procesar; posibles acuerdos para producir aquí granos y carnes en extensiones administradas por ellos; petróleo, si es que Vaca Muerta se despierta.

¿Qué queremos nosotros de China? Esta es la pregunta en la que no nos deberíamos equivocar.

Si los vemos como mercado comprador y creemos que la estrategia es aumentar las ventas de lo que hoy exportamos, probablemente consigamos vender más cereales, más frutas o más carnes y con eso, conseguiremos más divisas y a la vez – paradójicamente – ayudaremos a que las corporaciones norteamericanas, europeas o brasileñas que hoy controlan nuestras exportaciones de esos bienes hagan mejores negocios. Será una meta posible, pero estructuralmente pobre.

Si los vemos como financistas y ejecutores de grandes obras de infraestructura, como lo que ya se ha iniciado en las presas de Santa Cruz o la renovación ferroviaria, haremos un uso positivo de la posibilidad de apalancar nuestro crecimiento sin afectar nuestra balanza de pagos internacionales. A esas obras se podrán sumar la anunciada expansión en energía nuclear; nuevas trazas ferroviarias, de dimensión supra nacional; la mítica canalización del Bermejo o un puñado más que nuestra endeblez financiera ha postergado por décadas. Aquí aparece una demanda de prudencia y de mirada alta para todo gobierno que administre este segmento, para evitar desproteger a nuestra industria nacional e incluso para promover su fortalecimiento ante estas nuevas posibilidades. Históricamente, el financiamiento externo fue en contra de la industria local. Tenemos la necesidad de romper esa contradicción.

¿Y si los vemos directamente como posibles promotores de algunas ramas industriales? Esta parte del discurso la deberíamos poner solo nosotros, porque en el libreto chino no tiene por qué aparecer espontáneamente. ¿Es posible que parte de los acuerdos con China hagan crecer nuestra industria?

Veamos algunos ejemplos. China es el mayor fabricante mundial de paneles para generación de energía fotovoltaica, con capacidad ociosa de cierta importancia. Argentina podría promover una mega empresa mixta en el país que use esa oferta para expandir bruscamente y en términos muy relevantes la oferta solar en la matriz energética. Habría trabajo en decenas o centenares de empresas en red y me animo a decir que sería el camino más rápido para eliminar el saldo negativo comercial en nuestro balance energético.

China puede tener interés en armar una mesa de pensamiento estratégico para la industria electrónica de entretenimiento, que nos libere de la grosera dependencia del ensamblado fueguino, reemplazando eso por una industria de verdad en el mismo lugar.

Lo mismo puede extenderse a la industria automotriz. Podemos buscar colaboración china para el diseño de vehículos, empezando por utilitarios, camiones y tractores y avanzando luego hacia los vehículos de pasajeros. Es un espacio seductor, que llevaría a las industrias actualmente instaladas en la región a pensar el futuro de otra manera.

Como cuarto y de ninguna manera último ejemplo: Podemos trabajar con China la producción de equipos para la industria alimenticia a escala pequeña y mediana, que genere productos de utilidad en toda Latinoamérica.

El acuerdo con China es de rutina para ellos y realmente estratégico para nosotros. Vincularse con una potencia hegemónica por peso tecnológico y productivo es un aprendizaje invalorable. No lo encaremos como mercaderes sino como una oportunidad de cambiar el horizonte productivo de nuestra región.

Enrique M. Martínez

Comentarios

  • Daniel Alvarez

    Un aporte interesantísimo para pensar la relación con China desde una perspectina de proyecto nacional y a largo plazo, para no quedarnos en los sólos negocios de las grandes empresas.


    • enrique martinez

      No hay nada más inútil que la cita distorsionada. Porque quien lea la nota completa, entiende el sentido de la frase y entiende además que ni se considera irremediable la dependencia ni se festeja como la panacea la relación. En todo caso, se analiza sin caer en la necesidad ahistórica de postular por decreto que es equivalente al pacto Roca Runciman.


      • «»La relación de Argentina con ese país hay que pensarla en el marco expuesto. …»»

        Disculpe la arrogancia, Sr. Martínez, pero es un marco pobre, muy pobre -conceptualmente hablando-, de ingenuidad (en el sentido de desconocimiento), y de justificación resignada.

        No soy de los que tienen el facilismo de decir ésto es el pacto Roca-Runciman… pero sí digo: no lo es, le pega en el poste…

        ¿Dónde hay sinólogos en la Argentina? A hoy, lo que vengo encontrando trata casi exclusivamente sobre «relaciones comerciales» con China, cámaras de comercio, la China capitalista, el progreso chino, el futuro hegemón, la potencia económica, etc., etc., etc.
        No hace mucho los chinos tradujeron al mandarín el Martín Fierro… no sé si lo sabía. Acá es más que imposible conseguir una traducción del Pabellón Rojo ,y si hay alguna versión española es traducción del inglés…
        Digo, con este pequeño ejemplo, que me parece que la ignorancia es mucha.

        Pero en fin, quizás sólo se trate de un caballito de batalla que salve las papas presupuestarias a un gobierno en retirada.

        Slds.



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