La producción popular: desde el centro hacia la periferia

El portal de noticias Nodal Economía convocó al Coordinador del IPP, Enrique Mario Martínez, para que escriba una columna que explique y defina los alcances de la Producción Popular. Aquí va esa nota, con una propuesta para que los lectores de toda Latinoamérica aporten sus experiencias con la economía popular. 

El capitalismo tiene a crear un mundo de ganadores y perdedores permanentes, situación que se acelera con la globalización. Frente a eso, y la ampliación de la brecha al interior de los países periféricos, las recomendaciones de los organismos internacionales de ayuda tienden a incluir a los perdedores colgados del último vagón del progreso. Buena parte de las políticas nacionales sufren del mismo problema: admiten como único y excluyente al modo capitalista tradicional, donde el mercado ordena la vida de cada uno, e intentan incluir a los más humildes en una suerte de primer peldaño de escaleras que nunca se recorren más allá de eso.

Es decir: se busca cambiar la condición de indigente desocupado, pero en muchos casos se consigue que los compatriotas sean indigentes ocupados. Se generan escenarios de trabajo en condiciones de dependencia salvaje respecto de los capitalistas o de integración a cadenas de valor como eslabones tan débiles que no están en condiciones de defender mínimamente el valor del trabajo que incorporan.

Por supuesto hay una fracción – normalmente pequeña – de la población que logra transitar por ese desierto y acceder a condiciones de vida más dignas, propias de los sectores medios. Pero pocos son los estudios que intentan medir el costo beneficio de programas de ayuda donde una y otra vez la búsqueda del lucro es el valor ordenador y dominante y en ese caso quienes logran sumarse saben – o verifican – que la condición es entregar a alguien con más poder buena parte del valor del trabajo aportado.

Desde el mundo central, paradojalmente, viene bajando una manera distinta de pensar la producción, que no surge de los gobiernos, más bien avanza a pesar de ellos. Se ocupan del diseño e implementación grupos comunitarios que han adquirido niveles de vida que les permiten vivir con cierta serenidad y a la vez advertir que soportan el peso de corporaciones multinacionales o grandes prestadores a los cuales pueden reemplazar con cierta facilidad, a partir de un par de conceptos:

1 – Se puede producir bienes o servicios con el fin primario de satisfacer necesidades comunitarias, en lugar de sacralizar al capital y poner por encima de todo el lucro.
2 – Existen tecnologías duras y tecnologías sociales que permiten pensar esas producciones sin intermediarios entre quien genera el bien o servicio y quien lo consume. En algunos casos, son organizaciones comunitarias quienes se colocan en los dos roles simultáneos.

A esta simple pero crucial mirada transformadora es que llamamos producción popular.

Lo hacen los floricultores holandeses que se agrupan para generar a partir del sol la energía que necesitan, construyendo pequeñas redes de distribución locales.

Lo mismo las campañas de escuelas inglesas que buscan financiación para poner paneles solares en los techos de todas las aulas. O en una escala más institucional, el gobierno alemán auspicia la producción popular cuando fija una tarifa para que todo el que ponga paneles solares en su techo pueda venderle energía a la red pública. También están construyendo espacios de producción popular las más de 3000 organizaciones de Agricultura Apoyada por la Comunidad que operan en Estados Unidos, donde grupos de consumidores financian a horticultores desde antes que siembren, cobrándose luego con producto en forma directa.

Los ejemplos se multiplican en temas ambientales, con el tratamiento de efluentes domiciliarios en plantas pequeñas a partir de unas pocas viviendas en Japón o numerosas formas de separar y reciclar residuos por consenso comunitario.

No solo las soluciones colectivas ingeniosas o novedosas de temas de alimentación o infraestructura forman parte del cambio de mirada.

Si un gobierno de un país latinoamericano pusiera en el centro de la escena que la gran mayoría de quienes trabajan en su territorio no aspiran a extraer renta del trabajo de otros sino simplemente a contar con una calidad de vida digna, los proyectos de producción popular crecerían como hongos en los sectores más expuestos a la explotación sin límite.

Si toda cooperativa de costureros supiera que dispone de asistencia técnica pública y que sus prendas las puede vender en ámbitos comerciales de acceso gratuito y exclusivo para quienes aseguren que no tienen eslabones explotados en su cadena de valor, la producción popular de indumentaria crecería en forma explosiva.

Si las cooperativas de construcción de viviendas fueran asistidas y financiadas de modo de asegurar que solo deban ocuparse de trabajar en lo suyo, ese camino pasaría ser el dominante en la construcción de viviendas populares.

Si los agricultores familiares tuvieran mercados populares a su disposición exclusiva y el Estado se hiciera cargo de la logística correspondiente, el efecto de la concentración corporativa en los alimentos esenciales se reduciría rápidamente.

En esencia: Si el paradigma de la producción, fuera al menos compartido en igualdad de condiciones entre el capitalista detrás del lucro y las organizaciones de trabajadores detrás de conseguir una vida mejor, a cambio de proveer bienes y servicios a la comunidad, se estaría construyendo un puente sólido hacia un mundo más vivible.

Todo viajero que camine libreta en mano por el mundo central podrá tomar numerosos ejemplos de iniciativas en tal sentido, hasta de la dimensión cualitativa sorprendente de los más de 20 mercados de productores de Londres, reservados para la exclusiva venta directa a cargo de productores de un radio de 100 kilómetros. Si volviera al pago y fuera capaz de sintetizar el concepto de producción popular, ese viajero sería un factor de cambio para eliminar la explotación más dura en sectores esenciales para la vida, que hoy están montados sobre el dolor de centenares de miles en cada país, como la indumentaria o la construcción.

Nos gustaría recibir comentarios y relatos de experiencias de producción popular, aún de los fracasos. Iremos sumando nuestros propias vivencias.

Especial para Nodal Economía


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