Jeffrey Sachs y otra forma de fraude económico

Jeffrey Sachs supo ser una joven promesa de divulgador económico neoliberal, para el cual el déficit fiscal y la inflación lo decían todo. En esa dura lucha del mundo central por adquirir notoriedad y acceder a honorarios por disertaciones y consultorías para los ganadores, que quieren recibir justificaciones de su victoria, la joven promesa dio una vuelta de tuerca a su carrera.

Pasó a estudiar las economías pobres de África y Asia, intentando explicaciones generales a su desgracia. Llegó así a algunas conclusiones llamativas, como que una causa principal es la falta de litoral marítimo, que dificulta el comercio internacional y con ello bloquea el crecimiento económico. Por ese camino se fue ganando un lugar en el espacio del hipócrita círculo del mundo central que postula soluciones para los que menos tienen, las que pasan a ser expuestas en interminables y reiterados congresos y seminarios, mientras la realidad sigue avanzando en un sentido distinto, mucho más perverso.

El pasado 20 de enero, el gurú parece haber llegado a la cumbre. Ha publicado en su versión libro electrónico “The age of sustainable development” – La era del desarrollo sustentable – , a la vez que se anuncia la pronta aparición del libro en papel y un curso mundial virtual para interesados en el tema. El libro ha sido prologado por el secretario general de Naciones Unidas y acompañado de elogios de buena parte de la cúpula de instituciones de ayuda como PNUD y similares.

En ese trabajo se nos explica que los pobres dejarán de serlo cuando hagan las cosas que hicieron antes los que ya salieron de esa condición. El desarrollo es presentado como un concepto lineal, en que la productividad agraria aumenta adoptando las tecnologías del mundo central;  la educación y la salud pública mejoran cuando se copia a los que ya tienen buenos sistemas; los gobiernos deben dejar de ser corruptos e ineficientes y las empresas deben ayudar no corrompiéndolos y así siguen los consejos. La paciencia del lector se ve tensionada a través de centenares de páginas que describen con aparente candidez el deber ser de una sociedad próspera, donde no hay otros conflictos a resolver que la falta de eficiencia social en el uso de todos los recursos que ya están disponibles por allí. De modo coherente el término “corporación multinacional” o sus equivalentes y sus implicancias, no aparece ni en los bordes del libro. Los pobres son pobres porque así construyeron su destino, pero la buena noticia es que hay recetas instrumentales para corregir esa suerte, sin lastimar a nadie y para beneficio de todos.

Por supuesto no es la primera vez que se intenta instalar estos conceptos. Sin embargo, hasta el rigor formal se va deteriorando a medida que pasan las décadas. Hace unos 60 años tuvo prestigio la tesis de Walt Rostow, catedrático del MIT que asesoró a John Kennedy. Se establecían seis etapas para pasar de la sociedad tradicional a una de consumo masivo. Esas etapas del crecimiento se consideraban un tránsito inexorable, donde el paso de una etapa a otra – una vez más – estaba vinculado a la capacidad de acumulación y organización internas, sin demasiada influencia del resto del mundo. El planteo era seductor y llevó a Guido Di Tella, en su etapa de economista académico, a trasladar la metodología a la Argentina, buscando identificar por cual segmento andábamos.

Los intentos de J. Sachs y varios otros con menor auto bombo que él, pero en la misma dirección, no tienen siquiera el barniz intelectual de aquellos tiempos. Constituyen simplemente un fraude edulcorado para las aspiraciones del mundo pobre, en tiempos de hegemonía del capital financiero; de paraísos fiscales; de concentración abrumadora de la producción y el comercio; de bloqueo al acceso al conocimiento más básico, que patenta vegetales y medicamentos como cosa corriente.

Por supuesto que el mundo periférico debe hacer mucho mejor las cosas, incluyendo tener mejores y más comprometidos gobiernos. Pero eso solo será posible cuando ese mundo se saque de encima aquellos que explotan sus recursos naturales y depositan sus beneficios en el mundo central, a la vez que bloquean las posibilidades de integración vertical de sus producciones. Si los economistas del mundo central quieren ayudar en ese camino deben hacer intentos como el de Thomas Piketty, pero no detenerse allí sino ir mucho más allá. T. Piketty demuestra, sin lugar a dudas, la agobiante tendencia concentradora del capitalismo y a continuación propone tibiamente aplicar impuestos a los beneficios y a las herencias, como forma de atenuar los efectos. Singular propuesta: No ocuparse de cómo se genera la riqueza, ni como es su distribución primaria, sino de tironear parte de lo que los ganadores ya disponen y para lo cual tienen cada vez más escondites y refugios.

Necesitamos que Bank Ki Moon deje de prologar guarradas como las de Jeffrey Sachs y que gente como Thomas Piketty se ocupe de la forma en que se genera la riqueza como causa central de la injusticia. Serán solo unos pasos más, pero si quieren ayudar, allí está la tarea.

Enrique M. Martínez

 

 


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