La vida mal interpretada

En 1950, hace ya más de 60 años, Enrique Santos Discépolo, devenido Mordisquito, reclamaba por radio a parte de sus oyentes por la poca vocación para mirar hacia atrás en sus vidas. Después de un lustro de mejora masiva y sustancial del salario real, en una sociedad con plena ocupación, todos y cada uno aspiraban a satisfacer necesidades reprimidas por generaciones. Muchos, cuando superaban el umbral de necesidades básicas, comenzaban a mirarse en el espejo de los gustos y consumos de los que siempre habían tenido recursos y aspiraban – entre tímidos y agresivos – a disfrutar de lo mismo. Mordisquito le recordaba a estos reclamantes de donde venían y los tildaba de ingratos.

Los sociólogos se ocuparon de etiquetar al período como de fuerte movilidad social ascendente, usando una opinable imagen de sociedad con una escalera al éxito, donde las personas se instalan en los escalones que pueden. Bajo esa mirada, efectivamente era de esperar que millones ascendieran por la escalera, en lo que era una inédita etapa de mejora de la distribución del ingreso.

Sesenta años después varias cosas son distintas y por lo tanto, Mordisquito debería cambiar su discurso. Sin embargo, en muchos ámbitos de la dirigencia política, ese tipo de reflexión se reitera. Las diferencias esenciales entre el hoy y el ayer son:

  • Las muy fuertes oscilaciones económicas crearon una figura nueva: la movilidad social descendente. Se podía y se puede mejorar la calidad de vida personal y de nuestro entorno, pero también se puede retroceder. En varias circunstancias, bajó más gente que la que subió, por lo que hay un componente que era inexistente en aquellos tiempos peronistas: el miedo a perder cosas.
  • Esas mismas vacas flacas, asociadas a la hegemonía multinacional en la producción, la globalización y la tecnificación a ultranza de algunos procesos, crearon otra figura nueva: la exclusión. Grupos de compatriotas, a lo largo de más de una generación, han quedado fuera del trabajo, al menos en los términos históricos de la relación de dependencia formal. Por un lado, han aparecido nuevas formas de trabajo, enteramente ajenas al molde empleador-empleado. Por otro lado, han aparecido obstáculos a la mera supervivencia, que finalmente el gobierno iniciado en 2003 ha buscado con bastante éxito eliminar a través de la creación y permanente fortalecimiento de un poderoso Estado de Bienestar, como nunca se vio antes en la historia argentina. Ante las dificultades para repetir la inclusión por el trabajo, como sucedía en 1950, se está incluyendo por el ingreso, acercando a millones a la posibilidad de completar su consumo básico.

De tal modo, no se puede evitar asumir la historia y la memoria colectiva, donde están como posibilidades la movilidad social descendente y la exclusión, situaciones sociales demasiado frecuentes en la sociedad argentina.

El período político que comenzó en 2003 es el primero desde 1973 que puso y pone como meta explícita y prioritaria la mejora del consumo. Es evidente que eso requirió mejorar los ingresos, tanto de los que trabajan como de los que no hacen y están contenidos por el estado de bienestar. Los éxitos alcanzados están a la vista y no pueden ser desmentidos por estadística alguna. Sin embargo, para evaluar la reacción popular, y también para hacer proyecciones futuras, incluyendo las electorales, es importante tener en cuenta la historia de las últimas décadas y la existencia de dos miedos sociales significativos, que se desprenden de lo comentado:

  • El miedo a perder todo o parte de lo que se tiene.
  • El miedo a perder la ayuda pública.
La mirada de los sectores medios

La fracción de la población que tiene una calidad de vida inferior en su memoria familiar y una calidad de vida supuesta superior en su imaginario, o sea: la llamada clase media, se expandió al ritmo del crecimiento de las ciudades. Éstas a su vez convocaron con la mayor fuerza en la etapa de sustitución de importaciones, que desarrollo industrias de todo tamaño y actividad, junto con servicios asociados a los procesos productivos; otros servicios vinculados al uso de la mayor capacidad de consumo y finalmente, las burocracias públicas consiguientes.

En 60 años, la mayoría de la clase media pasó de ser compatriotas nacidos pobres y posiblemente migrantes internos, a ser compatriotas nacidos en familias de clase media.

Aquellos sabían lo que dejaban atrás. Estos son propensos al miedo a perder, sobre todo cuando el país anduvo a los bandazos varias décadas.

Aquellos escuchaban a Perón preguntar desde el balcón quien había visto alguna vez un dólar. Estos aprendieron a usar el dólar como refugio de valor a medida que las devaluaciones salvajes les iban despojando de sus ingresos.

Paradójicamente, aquellos tenían una visión más optimista de su entorno y del futuro. Estaban creciendo. La actual clase media tiene una subjetividad más torturada. Está aguantando.

No les faltaba ni falta razón. Aquellos probablemente estaban comprando en 100 cuotas lotes en los conurbanos y construyendo palmo a palmo su vivienda. Éstos, en condiciones normales, no pueden comprar una vivienda, en un espacio que ha quedado controlado por la especulación en tierras y las constructoras rentistas.

Allá había pleno empleo y los hijos de esa naciente clase media llenaban las escuelas técnicas y más tarde las universidades, de las cuales egresaban con proyectos propios de nuevos talleres para profundizar la sustitución de importaciones. Acá y ahora el desempleo se considera bajo en el 7% y el trabajo independiente es cada vez más una quimera, a menos que se refugie en el comercio o tareas menores.

Con relación a sus expectativas, que las comunicaciones globales instantáneas convierten en necesidades- al menos aparentes- la clase media actual vive mal. Y haciendo uso del reflejo natural de casi cualquier ser humano, le echa la culpa a los sucesivos gobiernos, que le quitaron esa expectativa de crecimiento lineal, que duró apenas 10 años en la posguerra, pero que se asume como una condición posible, en un país que se dice rico en recursos, con migración interna e inmigración fronteriza a las ciudades, justamente por esa riqueza mítica que otros vienen a compartir.

Por ese motivo, toda mejora que provenga de una medida oficial tiende a verse como insuficiente, a la vez que toda mejora que llegue a los excluidos se ve como exagerada.

Los sectores políticos conservadores, que creen poder montar su futuro en esa psicología de masas procuran mostrar:

  • Que en lo esencial nada puede ser mejor para todos a la vez. Hay que vivir con lo que está a mano y algunos podrán disponer de un golpe de suerte que los mejore.
  • Por lo tanto un buen gobierno es aquel que administra el edificio social como quien administra un consorcio. No cambia el edificio sino que trata que los servicios rutinarios funcionen bien.
  • Adicionalmente, es responsabilidad del gobierno evitar que se sumen otros a disfrutar de los bienes que los sectores medios y altos tienen a disposición. Es una forma de evitar el “retroceso”.
    Por su parte, aquellos que intenten ir en otra dirección, que busque una mejora general, tienen un problema serio para establecer su comunicación con los sectores medios.
    Una opción simple sería mimetizarse con los conservadores e intentar confrontar a partir de mostrar la baja eficiencia en alcanzar los logros pretendidos. Pero eso tiene el problema que el electorado solo admite ese discurso a partir de propuestas sin historia, que resulten solo divergencias reales de gestión con lo ya establecido. Una propuesta que quiera ser transformadora no puede limitarse a discutir si el gobierno conservador incumplió lo prometido y esperar sacar de eso un rédito electoral.
    La única opción que parece fértil, aunque dura, es identificar las carencias objetivas de esos sectores medios que hoy están resignados a seguir así y defenderse de los que vienen de afuera o de abajo y plantear soluciones creíbles y concretas a esas cuestiones. Esas carencias son temas gruesos, como vivienda, trabajo masivo, infraestructura que hoy sea frágil – como la energía eléctrica -, educación y salud de calidad. En una jerarquía superior aparece – coronando el menú – la posibilidad de participar activa o pasivamente de mega proyectos de inversión masiva, que den mayor seguridad económica al futuro personal y familiar.
    Si se cuenta con esas propuestas más allá de la retórica y además si en ellas los ciudadanos podrían tener mayor control de los resultados mediante alguna participación en la implementación, se tiene un conjunto de conceptos con los cuales intentar un cambio en la tendencia que agrupa los núcleos conservadores de la población al interior de las grandes ciudades.
La mirada de los excluidos

La inclusión plena a través del trabajo hace décadas que dejó de ser considerada factible en plazos cortos, por cualquier elenco gobernante. A medida que se fue consolidando la etapa democrática iniciada en 1983, fue creciendo el esfuerzo de imaginación y presupuestario para alcanzar lo que podríamos calificar de segundo mejor: la inclusión por ingresos, subsidiando diversas facetas del consumo popular.

Un gobierno con vocación popular, como el iniciado en 2003 en el país, ha llevado las cifras de transferencias de recursos a cifras sin antecedentes en la historia argentina, que hoy superan el 10% del Producto Bruto Interno (PBI).

El método de subsidiar a los que menos tienen se ha hecho el camino de manual. Tanto es así, que también opciones conservadoras, como la que gobierna en la Ciudad de Buenos Aires, han implementado una enorme batería de medidas. De manera no sorprendente, la diferencia entre el gobierno nacional y el local es que el segundo publicita sus iniciativas pero ninguna de las vías oficiales de comunicación le da real dimensión cuantitativa a las mismas. Un observador simplemente curioso no tiene manera de extraer datos de cantidad de beneficiarios de cada programa a partir de lo informado en internet por el gobierno de CABA. Esto tiene una sola explicación posible: la intención de no malquistarse con sus adherentes políticos principales, que son los sectores medios.

En ambos escenarios – el nacional y el local – hay una fracción de los compatriotas que están contenidos por un sistema estatal que les permite atender parte de sus necesidades básicas.

Ese sistema, en tanto no hay vías alternativas de inclusión por el trabajo, genera inexorablemente – más allá de la vocación de quienes lo diseñan – un temor de los subsidiados a perder esos subsidios y una dependencia concreta de la decisión de la dirigencia política de mantenerlos. En el plano electoral puede razonarse que los conservadores manipulan ese miedo y aquellos con vocación de justicia social no lo hacen, pero en términos prácticos la posibilidad de manipulación de voluntades por ese temor primario y elemental existe en cualquier caso.

Los conservadores modernos se mueven con comodidad en escenarios como el esquematizado. Quienes desean algo mejor para los humildes, es de esperar que sientan mayor inquietud, que reflexionen con más intensidad sobre las vías de inclusión sustentables. En cualquier caso, el tiempo transcurre a favor de las lógicas más reaccionarias. La cultura del trabajo se pierde con el pasar de las generaciones; la brecha de exclusión se consolida y una propuesta popular no puede resolver estas graves cuestiones acumulando más transferencias de recursos económicos, sino creando al menos algunos escenarios donde la ocupación colectiva, la solidaridad, la mejora de la calidad de vida a través del trabajo de todos, adquieran un sentido concreto, visible, solvente.

La prédica electoral del campo popular

El kirchnerismo ha ganado demasiadas elecciones para que se cometa la aparente irrespetuosidad de criticar su forma de aproximación al electorado. Sin embargo, los sistemáticos resultados negativos en varias de las grandes ciudades argentinas abren una rendija para admitir la necesidad de algunos cambios. En lo que sigue nos referimos, salvo señalar algo distinto, a la Ciudad de Buenos Aires, en parte porque es el espacio más conocido por quien escribe, en parte porque es de aquí de donde emerge la fuerza política con mayor posibilidad de confrontar con el FpV a nivel nacional.

Primer concepto: El FpV se presenta como la fuerza con más vocación de cambio.

Con ese planteo se pasa por alto que los sectores medios no tienen vocación de cambio global, a menos que se identifique la solución a problemas agudos como los que se ha enumerado más arriba: la vivienda, la energía eléctrica, el trabajo digno. El cambio, como concepto genérico abstracto, no es lo que moviliza a ese electorado.

Tampoco es crítico para los sectores más humildes enredados en la dependencia de la asistencia social conservadora, por todo lo antedicho. Aquí debe cuestionarse un axioma del peronismo de siempre, en cuanto a la fidelidad electoral de los sectores más humildes. Eso es válido para los pobres con esperanza, no para los pobres con resignación. Éstos últimos se quedan y quedarán dentro de la cárcel de puertas abiertas que conocen, como lo muestran los resultados electorales de los barrios más humildes de la ciudad

Para generar esperanza en los pobres de CABA no es suficiente con pasar revista al menú de transferencias de recursos. A ese menú muchos – muchos más que los que imaginamos desde afuera – lo acumulan a lo aportado por el PRO. De ese modo, la suma solo tiene sustentabilidad para los involucrados si se vota al PRO.

Conclusión

El campo popular, en suma, tiene un desafío frente a los sectores medios y otro frente a los sectores más humildes, los excluidos.

A unos y a otros debemos ayudarlos a entender cuales son los caminos auténticos de mejora de calidad de vida, que además no deben ser contradictorios entre sectores, convirtiéndose en suma cero.

Cuando decidamos hacer ese esfuerzo, dejaremos de increpar a los opositores “pudientes” que sin embargo no tienen casa propia o evitaremos prometerles un cambio en el que no confían porque se limita a ponderar nuestra hipotética gestión de la misma estructura vigente. También dejaremos de creer que el futuro puede ser optimista incorporando todos los subsidios que el presupuesto nacional permita dentro de límites de prudencia flexibles.

Debajo o detrás de esos escenarios erróneos aparecerán la especulación en tierras urbanas, que hasta ahora los programas oficiales se han limitado a financiar; los monopolios; las corporaciones multinacionales; las cadenas de valor incompletas; el abastecimiento de bienes básicos con intolerable cantidad de intermediarios; el trabajo en negro y esclavizante como entidad asfixiante; la falta de productividad global; la falta de vínculo entre la ciencia y la tecnología con la educación popular o la producción; la educación como rutina en lugar de ser un ariete transformador. Tantas y tantas facetas que no vemos quienes dedicamos mucho tiempo a la política y que cuando las intuimos nos limitamos a tirarlas al aire como meros títulos, ayudando al desaliento y la desconfianza masivos.

Hay mucho para hacer.

Emm/ 5.5.15

 


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